
Es un término que suena feo: logorrea, pero existe en la lengua castellana y la Real Academia le da dos acepciones: 1. Locuacidad excesiva y 2. Habla incontrolable y continua característica de algunas enfermedades. ¿Cuál de las dos se ajustará a Francisco?
Cada vez que sube a un avión los católicos temblamos. Es que Francisco se presta a esas conferencias de prensa las cuales evidentemente no está preparado para enfrentar, y en las que expone su verdaderos pensamientos, sus opiniones. Y casi siempre la embarra. Y la embarra porque no sabe, nunca se destacó por ser una persona preparada, y porque es un heterodoxo que cree que sus opiniones son profundas y tienen sustento. Y lamentablemente, hay que decirlo, no es una persona sólidamente formada ni intelectual ni culturalmente para el cargo que ocupa desde hace ocho años.
Pero lo peor es que Francisco no ha entendido, y no creo que lo haga, que él ha perdido el derecho a la opinión propia. En materia doctrinal, en lo que se refiere a las verdades de la fe, en lo que atañe a la doctrina de la iglesia, Francisco debe entender que su opinión ya no cuenta; su deber es confirmarnos en la fe, no confundirnos ni hacernos dudar.
Y, también hay que decirlo, sus argumentos son tan pobres, tan fácilmente rebatibles que dan vergüenza ajena. Es tan primaria su argumentación equivocada, que uno se pregunta: ¿cómo es que Francisco llegó a ocupar tantos cargos de importancia en la Iglesia? Mysterium providentiae.
Desde aquel día, también en un avión, en que se despachó con el “¿quién soy yo para juzgar?”, los católicos entendimos que estábamos anta un gran problema, que hasta ahora no se ha solucionado y no hay miras de que eso suceda.
¿Qué pasó ahora? Rueda de prensa en el avión que lo traía de regreso de su viaje a Hungría y Eslovaquia, que puede leerse en ACI Prensa.
Pasemos por alto algunas cosas no menores pero que, comparadas con las otras, se ven devaluadas: como que lo que le impactó del pueblo húngaro fue su sentido del ecumenismo, o que Europa debe unirse según los sueños de De Gásperi o Adenauer. Uno, retrógrado, hubiera pensado en la Liga Santa, animada por San Pío V, que venció a los turcos en Lepanto, o en los reinos cristianos que marcharon a la primera cruzada alentados por Urbano II; pero no son más que opiniones de un católico que atrasa.
Vayamos a las cosas más importantes y desconcertantes de la rueda de prensa.
Párrafo inicial para esa ironía desubicada e hiriente para con el Cardenal Burke y el tema de las vacunas. Inconcebible que un Papa haga esa referencia sin dar nombres, pero que todos entendieron, respecto del cardenal norteamericano. Más allá de eso, sorprende el énfasis que el Papa pone demasiado a menudo en el apoyo a las vacunas. Insólito.
Quizá el párrafo más grave es el que se refiere a la Eucaristía. El Papa dice que nunca se la negó a nadie, porque nunca se le presentó una situación en la que tuviera que hacerlo. Le creemos. Pero cuando relata lo de la mujer que comulga y luego le hace saber que es judía y que no estaba en condiciones de comulgar, con lo que no hay culpa del entonces Padre Bergoglio, él (el Papa) lo hace como hablando de un hecho simpático. No dice que le haya advertido a la mujer que lo que había hecho era reprobable y que podría acarrearle la condenación eterna. Y además califica el hecho, la comunión sacrílega de la mujer, como un “premio” que Dios ha querido darle. Uno lee y relee el párrafo en cuestión y no puede creer que un Papa esté diciendo eso. Y después la conocida muletilla de que la comunión no es un premio para los perfectos: un sofisma. Nadie dice que la comunión sea eso. Pero lo que nos está queriendo decir el Papa, nada menos, es que cualquiera puede comulgar. La iglesia pone condiciones para que podamos acercarnos a la Eucaristía, ¿hay que explicarle esto al Papa?
Y cuando habla de la excomunión y de la condena: “Pero siempre esta condena, condena. Ya basta con la excomunión, por favor no metamos más excomunión a la gente, son hijos de Dios, están fuera temporalmente pero son hijos de Dios…” dice el Papa. Lo que no dice es que la excomunión y la condena son el resultado de la pertinacia del pecador, de la obstinación y terquedad del que va contra Dios; es el hombre el que se condena y queda excomulgado, es él quien no acepta el amor de Dios que se refleja en todas sus disposiciones.
Y dice después que los teólogos dan los grandes principios pero claudican en la casuística. No es así, los que claudican en la casuística son los sacerdotes que no saben teología.
Y después el embrollo de quienes “gestionan” política pero no pastoralmente. Una cosa realmente con poco sentido.
Como colofón: el tema de las “uniones” homosexuales, con las leyes civiles y demás. Creo que esta opinión del Papa está ampliamente rebatida por su predecesor, Benedicto XVI, cuyos dichos pueden leerse en Infocatólica de hoy. La pregunta que subyace es: ¿tan lejano está Francisco de la moral natural?
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