
Era cuestión de tiempo. Durante este pontificado algún golpe contra la misa tridentina se iba a dar. Múltiples razones lo hacían prever. Sólo citaré dos de ellas, que no son las únicas.
La primera es la formidable difusión y adhesión que tuvo este rito a partir del Summorum Pontificum de Benedicto XVI, especialmente en Europa y, sobre todo, en la juventud, en los matrimonios jóvenes y entre los sacerdotes jóvenes.
La segunda razón es la enorme aversión que tenía a este rito el Cardenal Jorge Bergoglio, otrora arzobispo de Buenos Aires, que, desconociendo lo que disponía el documento del entonces Papa Benedicto XVI, solo dispuso que en su arquidiócesis se celebrara la misa tridentina en una pequeña capilla y no permitió que se hiciera en las parroquias y a pedido de los fieles, como lo había decidido el Papa.
No voy a entrar en el análisis pormenorizado de lo dispuesto por Francisco sobre este tema. Si leemos lo consignado por La Cigüeña de la Torre, AQUÍ y AQUÍ, tenemos sobrados y sesudos comentarios y observaciones.
Solo voy a referirme a lo que se le ocurre pensar a un católico de a pie, como yo, ante tamaña decisión del actual pontífice.
Lo primero que se nos pasa por la cabeza es que es una humillación para Benedicto XVI, un insulto en vida. Una afrenta inimaginable de un Papa a otro. ¿Tan acuciante es el “peligro” del tradicionalismo en la Iglesia, que no se podía esperar?
Lo segundo que se nos ocurre es que Francisco cree que esto es gratuito. Porque, no nos confundamos, Francisco elige a sus enemigos entre los que cree débiles. No elige al episcopado alemán, no elige al sanedrín, no elige a la ONU, no elige a la plutocracia internacional. Él selecciona a los que cree que puede vencer, a los que considera insignificantes, a aquellos a quienes atacando cree que atraerá el aplauso del mundo. Porque él es amigo del mundo. Él es del mundo.
También surge claramente de esta decisión, que el Papa considera más peligroso al tradicionalismo que, por ejemplo, a la herética y cismática iglesia alemana y sus satélites. “Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad otorgada por mis Predecesores”, dice en su carta de presentación de la nueva norma. Curiosísimo.
Dice en otro párrafo: “que los fieles no asistan al misterio de la fe como extraños o como espectadores silenciosos, sino que, con plena comprensión de los ritos y oraciones, participen en la acción sagrada de forma consciente, piadosa y activa.” Yo me pregunto: ¿nuestros padres, abuelos o bisabuelos participaban como extraños en la Santa Misa? ¿Durante cuatrocientos años la Iglesia no se dio cuenta de eso? ¿Benedicto XVI no previó que al liberar la misa tridentina quienes participaran de ella lo harían en forma inconsciente e impiadosa?
En fin, un documento penoso que materializa un cruel trato a quienes son devotos del rito que dio gloria a Dios durante casi cuatro siglos, confinándolos a “espacios” que el antojo de cualquier obispo disponga y prohibiendo la erección de nuevos templos en apoyo de ellos.
“Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo…”, decía el Salmo del domingo pasado. Sobre eso predicó un sacerdote que se refirió a las oscuras quebradas que a veces debe atravesar nuestra alma y, ¿por qué no? la Iglesia Católica.
Se me ocurrió pensar, mientras el sacerdote predicaba, que la Santa Iglesia Católica está ahora atravesando oscuras quebradas.
Oscura quebrada es Amoris Laetitia.
Oscura quebrada es la masónica Fratelli Tutti.
Oscura quebrada es decir que “el centro del evangelio son los pobres” y no Cristo muerto y resucitado.
Oscura quebrada es respaldar la acción de un sacerdote pro-gay o recibir, como si nada, a homosexuales sin llamarlos a la conversión públicamente, como públicamente se los recibe.
Oscura quebrada es respaldar, aunque sea tácitamente, a tiranos erigidos en jefes de estado como en Venezuela, Nicaragua, China o Cuba.
En fin, que oscurísima quebrada es este pontificado en su conjunto y la Iglesia Católica, esposa de Nuestro Señor Jesucristo, está cruzándola ahora. No es la primera vez que la Esposa de Cristo atraviesa oscuras quebradas.
Pero el Salmo dice que no debemos temer, porque nuestro apoyo no está en los Franciscos, los Juanes o los Pedros, sino en Nuestro Señor Jesucristo. Él ya venció a la muerte. Él ya venció al mundo.
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