Impunidad

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Las recientes declaraciones del General de los Jesuitas, el venezolano Arturo Sosa, acerca de la negación de la existencia del demonio como realidad personal no sorprende a nadie. Ya hace algún tiempo negaba la posibilidad de saber si los Evangelios eran verdaderos ya que en tiempos de N S Jesucristo “no había grabadoras”. Por lo tanto, uno puede esperar de este sacerdote hereje cualquier afirmación.

La verdadera importancia de las herejías de este sujeto es que está al frente de la orden más numerosa de la iglesia, que actualmente cuenta con unos quince mil sacerdotes. Por supuesto que sobran los ejemplos de otros jesuitas que, a similitud de su General, esparcen sus errores y su filosofía perversa sin encontrar, casi, impedimentos canónicos ni disciplinarios que obstaculicen su labor.

La Compañía de Jesús, salvo escasísimas y honrosísimas excepciones, ha decidido desde hace algunas décadas traicionar a la Iglesia Católica y pasar a luchar desembozadamente contra la Fe verdadera. Tengamos por cierto que no se trata, en la gran mayoría de los casos, de sacerdotes desorientados o que tienen algún tímido reparo en tal o cual aspecto pastoral o que no sea un punto dogmático de la doctrina cristiana. La inmensa mayoría de los jesuitas está embarcada en la misma idea: transformar la iglesia católica en una nueva iglesia, que poco tiene que ver con la fundada hace dos mil años por nuestro Salvador.

Que hayan perdido en las últimas décadas más de la mitad de sus sacerdotes, los tiene sin cuidado. En efecto, a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado los jesuitas contaban con casi cincuenta mil miembros. Hoy no se preguntan el porqué de tan trágica disminución y, posiblemente, poco les importa. Ellos corren desbocados hacia el precipicio de su desaparición y en unos treinta años apenas si quedará un millar de ellos, ya que sus noviciados y seminarios están prácticamente vacíos. Gracias a Dios.

Para quienes no tienen trato asiduo con ellos, quizá les parezca que esto es una exageración. Quienes quieran comprobarlo, verán que, ya sea durante una confesión, en sus prédicas y homilías, conferencias o simples charlas, siempre asomará su heterodoxia y su enconada posición contra la Fe de siempre. Es una marca registrada de los jesuitas actuales.

Pero hay un aspecto que sobrepasa, aunque lo incluya, el hecho de las herejías públicas de los sacerdotes de la Compañía de Jesús y de muchas otras congregaciones.

Lo más llamativo es, seguramente, la impunidad con que propalan sus errores que confunden a tantos y que hacen peligrar la salvación de tantas almas.

¿Cómo es que Arturo Sosa o el jesuita pro gay James Martin hablan sin timidez y difunden sus perversiones?

¿Cómo es que, por ejemplo, los jesuitas norteamericanos llevan décadas siendo la vanguardia de la descristianización de la sociedad norteamericana?

¿Cómo es que tantos jesuitas, muchos de ellos de origen español, se han hecho eco de la Teología de la Liberación y la difunden casi sin limitaciones en Latinoamérica?

Nadie les pone freno.

Probablemente el último en imponerse, parcialmente, sobre ellos fue San Juan Pablo II cuando relevó al nefasto Arrupe como superior general, en un hecho inédito en la historia de la Compañía, y lo reemplazó  el holandés Kolvenbach, intentando dar un golpe de timón a la barca jesuita que ya hacía tiempo que estaba zozobrando.

Pese a que el santo Papa polaco impuso sanciones disciplinarias a varios sacerdotes de la Compañía, el espíritu de rebeldía siguió latente y, luego de la muerte de este Papa, resurgió con mayor virulencia.

Hoy los jesuitas no tienen a nadie que los detenga en su camino a una apostasía generalizada. Se manejan con entera libertad y no esperan sanción o impedimento alguno a su accionar. Se manejan con total impunidad.

¿Qué hacer, como simples cristianos, ante esta situación?

La influencia y el daño que la Compañía de Jesús está haciendo es inconmensurable.

Actualmente, está a la vista, el Vaticano no tiene interés alguno en enfrentar este problema y tomar las medidas pertinentes contra esta congregación. Si es que lo considera un problema, algo que no parece.

Creo que lo que no se puede es no hacer nada. Es deber nuestro desenmascarar estas nuevas doctrinas nefastas que campean y corroen la fe de tantos fieles. No solo las que difunden la mayoría de los sacerdotes de la Compañía de Jesús, sino de cualquier otro. Aunque su poder, dentro de la Iglesia, siga siendo inmenso.

Pero los jesuitas tienen una particularidad que es que todavía regentean colegios, con lo cual es deber nuestro advertir a aquellos a quienes podamos llegar del peligro que significa para las almas el dejar la educación de nuestros hijos en manos de los miembros de esta congregación.

También deberíamos advertir a cuantos podamos acerca de la literatura que circula, conferencias, retiros (que ya no son los ignacianos) y todo accionar “cultural” de la Compañía de Jesús para que no se caiga incautamente en su influencia.

Por último, y no menos importante, será el rezar por tantos integrantes de la otrora gloriosa Compañía de Jesús, hacedora de tantos y tantos santos sacerdotes, que, como un ejército monolítico y disciplinado, enfrentó las más grandes herejías y las peores doctrinas anticristianas dando gloria a Dios y conduciendo a tantos por el camino de la salvación.

2 comentarios sobre “Impunidad

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  1. Tremendamente esclarecedor este artículo de Antonio y también invalorable por la gran necesidad que hay de poner las cosas en claro, blanco sobre negro en estos tiempos de enorme confusión. Suscribo cada palabra del escrito y, en lo personal, cuántas veces me he preguntado con sorpresa «¿ cómo han salido del mismo lugar sacerdotes como el Padre Castellani o como el Padre Saenz que nos han inundado de sana, recta y valiente doctrina?». Por supuesto que mi respuesta la encontré por el lado de los insondables planes de Dios que los hombres no alcanzamos a comprender en su total dimensión…

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