Lecciones de una dama a un obispo

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Una de las decisiones vaticanas que continúa siendo de las más escandalosas y cuestionadas en la Agentina es la pretensión de beatificar a Monseñor Enrique Angelelli.

Los sectores mejor informados, y formados, de la Iglesia Católica en nuestro país, sostienen que esa pretensión es inadmisible e insostenible.

No está probado, de ninguna manera, que la muerte del ex obispo de La Rioja haya sido por un acto criminal, y, mucho menos, que se hubiera consumado por odio a la Fe. Más bien, Angelelli era cercano a los enemigos de nuestra Fe.

No obstante ello, diversos jerarcas de la Iglesia continúan con su prédica de que estamos a las puertas de un acontecimiento que deberíamos festejar, el de esta beatificación.

Uno de los más activos en eso de confundir y hacer el panegírico del cuestionado obispo muerto, es el actual obispo de Mendoza, Monseñor Marcelo Daniel Colombo, quien fuera, anteriormente, obispo de La Rioja, diócesis que presidiera el mentado Angelelli hasta su muerte.

Monseñor Colombo, que se adjudica el mérito de ser postulador de la causa, se ha mostrado desde hace un tiempo, y continúa haciéndolo, como un férreo defensor de la ejemplaridad de la vida de su antecesor en La Rioja, y no desperdicia ocasión para inculcar su mensaje entre los católicos menos informados de su nueva diócesis. Así es como hace pocos días decidió dar una especie de conferencia en una de las parroquias céntricas de la ciudad para referirse al acontecimiento que se avecina y que, según él, debería llenarnos de gozo.

Luego de oficiar la Santa Misa, se improvisó, dentro del mismo templo, una especie de auditorio en el que el obispo comenzó la plática describiendo la personalidad y la conducta de Angelelli. A juzgar por lo que dijo casi que podríamos decir que, comparada con Angelelli, Santa Teresita del Niño Jesús era una persona mala.

Por supuesto que Colombo omitió decir que Angelelli era cercano al terrorismo de Montoneros o que uno de sus más cercanos colaboradores fue Fray Antonio Puigjané, el siniestro capuchino que fuera condenado a veinte años de cárcel por su participación en el ataque al cuartel de La Tablada perpetrado por otro grupo terrorista en el año 1989. Estos son apenas dos ejemplos de lo que omitió decir el purpurado que vienen a cuento para que el amable lector de este blog tenga una idea de la seriedad con que es tratado el tema por uno de los principales impulsores de esta pretendida beatificación.

En cuanto a las circunstancias concretas de la muerte de Angelelli, para ser benévolos con Colombo, digamos que quedó claro que no tiene idea de lo que sucedió en la ruta del trágico accidente.

Uno no sabe si el disertante era un pobre ignorante que hablaba de algo que desconocía, si era una tomadura de pelo al auditorio o, simplemente, alguien que desprecia y subestima a sus feligreses, dada la precariedad de lo que exponía y de los pobrísimos argumentos que ensayaba para sostener este supuesto acto de justicia.

Terminado el desbarre del Obispo de Mendoza, se dio lugar a preguntas por parte del público, que no era muy numeroso.

Luego de pocas objeciones de algunas personas presentes a las que el obispo respondió con diversos subterfugios, tomó la palabra una señora de muy buena presencia que, con toda calma y firmeza, en pocos minutos, le dio varias lecciones al obispo.

La primera lección fue sobre historia. La dama en cuestión le recordó a Colombo la verdadera personalidad de Angelelli, su cercanía con el terrorismo y cómo fue pergeñada, por personas ideológicamente de izquierda, la idea de catapultar la figura de Angelelli como ejemplar.

La segunda lección fue de derecho, haciéndole notar al obispo que actualmente hay una persona inocente cumpliendo una condena por un crimen que nunca fue probado.

Y la tercera lección, quizá la más importante, fue de catecismo básico, ya que, con mucha caridad, le hizo ver al Obispo de Mendoza que no está bien eso de mentir. Y menos delante del sagrario, delante de Jesús Sacramentado.

A medida que el obispo escuchaba las palabras de esta buena mujer, su rostro se iba descomponiendo desde el punto de vista cromático.

Cuando la mujer terminó con su alegato, el obispo de Mendoza, sin argumentos, sin poder rebatir nada de lo escuchado, y con singular bajeza, en vez de contestar o refutar lo argüido, descalificó a su interlocutora diciendo que la libertad que ella tenía para opinar no la tuvieron los “mártires riojanos” y que había que superar el odio.

“Seguramente usted sabe más que yo”, sentenció irónicamente.

En manos de obispos como Colombo estamos los católicos.

Para cerrar este artículo digamos que la anónima dama nos deja una última lección: hay que enfrentar a los chantas y ponerlos en su lugar.

Aclaración : en la Argentina, el término chantapufi nació allá por los años sesenta del siglo pasado y designaba a quien carecía de dotes para realizar alguna función o trabajo pero que igualmente lo emprendía, o a quien quería engañar a los demás sobre supuestas habilidades o conocimientos pero que, al fin, quedaba en evidencia. Era, evidentemente, un término ramplón que, de hecho, había nacido de un vulgar programa humorístico que se transmitía por televisión. Con el tiempo, el término se difundió pero en forma abreviada, pasando a denominarse “chanta” al personaje que reunía las características arriba mencionadas.

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