La tragedia que viene

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No es novedad que las congregaciones religiosas, en la actualidad y desde hace muchos años, ven mermar, día a día, el número de vocaciones y, por lo tanto, va disminuyendo la cantidad de miembros en ellas.

Pese a ello, a que no es novedoso, no deja de asombrar el artículo publicado en el blog de La Cigüeña de la Torre que puede leerse AQUÍ.

Los números son contundentes y hablan por sí solos. En poco más de cincuenta años las congregaciones religiosas femeninas de Estados Unidos han perdido el setenta y cinco por ciento de sus vocaciones. De ciento ochenta mil monjas que se contaban en la década del sesenta del siglo pasado, pasamos a poquito más de cuarenta y cinco mil.

De los datos aportados por el bloggista también se desprende que, dado el promedio de edad de las monjas restantes, en el término de una década desaparecerán trescientas de las cuatrocientas veinte congregaciones, es decir algo así como el setenta por ciento de las congregaciones femeninas. En diez años, poco más o menos, se consumará esta tragedia.

¿Es esto posible? ¿Cómo se llegó a este punto?

Esto no ha sido un proceso corto, repentino, que haya podido sorprender por su celeridad. Es evidente que la declinación numérica estaba a ojos vista a lo largo de varias décadas.

Son tan impactantes las cifras y las estadísticas que cuesta creer que este problema haya sido alguna vez encarado con verdadero interés y seriedad. O por lo menos con un mínimo de idoneidad por parte de quienes tenían en sus manos el tema de la vida religiosa en la Iglesia Católica.

Si vamos a los números fríos constatamos que por más de cincuenta años, en Estados Unidos, todos los meses, repito, todos los meses, disminuía un promedio de doscientas veinte vocaciones el número de religiosas. Durante cincuenta y pico de años, reitero.

¿Cuándo comenzó la debacle? ¿Antes del Concilio Vaticano II? ¿Después del Concilio y como causa de él? Si no fue el Concilio la causa, ¿no vieron los padres conciliares la tragedia que se iniciaba? ¿Cuál o cuáles fueron las causas?

Si no se determinan con claridad y con sinceridad las raíces de esta enfermedad terminal, difícilmente se llegue a una terapia adecuada.

En Estados Unidos, en líneas generales, se puede asegurar que la decadencia de la robusta rama religiosa femenina de la Iglesia Católica comenzó cuando se formó la Conferencia de Líderes de Mujeres Religiosas (LCWR), en 1971. Esta Conferencia, en realidad, no fue más que la apropiación, por parte del progresismo, de la Conferencia de Superioras Religiosas, nacida al abrigo del Vaticano en 1956.

La LCWR en poco tiempo cambió los estatutos originales y fue radicalizando su postura doctrinal y pastoral. La realidad era que esta conferencia de religiosas, en aquella época, fue prácticamente monopólica en cuanto a la representación de las religiosas estadounidenses.

Durante décadas el progresismo de la LCWR fue la voz cantante de las congregaciones femeninas, enfrentando a la jerarquía de la iglesia norteamericana y con el creciente apoyo del clero de avanzada.

La vida espiritual fue en acelerada disminución, los ideales de santidad cayeron en desuso, los hábitos y tocas abandonados y lo que prevaleció fue la actitud contestataria y de rebeldía contra Roma. Por supuesto que las exigencias sobre ordenación de mujeres, anticoncepción o una nueva forma de enfocar la homosexualidad por parte de la Iglesia Católica eran moneda corriente en cada reunión o documento emanado de esta conferencia.

Simultáneamente, mes a mes y año a año, las congregaciones agrupadas en la LCWR iban disminuyendo en vocaciones y en número de profesas, ya sea por abandono de la vida religiosa o por acción de la naturaleza. Esta situación, la franca disminución del número de profesas y novicias, no fue algo que sumergiera en la pesadumbre a estas monjas progresistas.

La pertinacia, la obstinación y, en último término, la falta de humildad y de obediencia, hicieron que, por fin, en el año dos mil ocho, bajo el pontificado de Benedicto XVI, se iniciara una visita apostólica sobre la LCWR.

Luego de que corriera mucha agua bajo el puente, que no vamos a detallar aquí, y de forma inesperada, en abril de 2015, el Vaticano izó la bandera blanca.

Después de declaraciones de compromiso y vagas promesas de reformas o de atenuación de posturas radicalizadas, la LCWR continúa con una vida más o menos similar a la que llevaba antes de la inspección vaticana.

Ahora bien, la existencia de estas monjas heréticas y rebeldes tiene partida de defunción. En no más de diez o quince años habrán desaparecido. Ellas y sus congregaciones, a las que tampoco amaron y que han dejado perecer sin el más mínimo amague de cambiar de vida, de reforma profundamente cristiana, como para evitar que sus comunidades mueran por inanición. Resultado éste, la inanición, fácilmente deducible a partir de la vida que llevaban, y todavía llevan, estas monjas tan particulares. Porque después de todo, ¿qué jovencita con sentido común y con verdaderas ansias de santidad va a querer emular a estas mujeres que visten, hablan y piensan como verdaderas enemigas de la Iglesia?

Las congregaciones fundadas por San Ignacio o San Juan Bautista de La Salle, por solo poner dos ejemplos, se nutrían, mayormente, de los alumnos de los colegios que regenteaban y que veían en esos sacerdotes y hermanos verdaderos ejemplos a seguir. Cuando ambas congregaciones comenzaron a sufrir la gangrena del progresismo, vieron sus consecuencias en la reducción drásticas de novicios, transformando sus seminarios en verdaderos páramos espirituales.

Algo similar, y quizás con mayor profundidad, se ha dado en la vida de estas congregaciones femeninas en Norteamérica.

Por último, visto el estado espiritual y doctrinal pavoroso de todas estas congregaciones, cabe preguntarse, ¿es realmente una tragedia su desaparición?

2 comentarios sobre “La tragedia que viene

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  1. En el Ultimo Papa de MM esto esta claramente explicado.
    El Concilio VII sumado al satanismo instaurado en la Iglesia Americana y la homosexualidad endemica ha hecho mella no solo en las monjas sino tambien en el clero masculino.
    Benigno.

    Me gusta

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