Día del Maestro

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Hace pocos días se celebró en nuestro país el Día del Maestro en homenaje a Sarmiento. No soy yo quien va a festejar a esta triste figura. Prefiero hacerlo en memoria de quien fue para mí, cronológicamente, el primer gran maestro que tuve del nacionalismo católico: Jordán Bruno Genta, a quien conocí a través de su libro Guerra Contrarrevolucionaria, que me regaló mi padre cuando todavía no había terminado el colegio secundario. Vaya pues este muy humilde homenaje a través de un par de páginas de una novela que escribí para mis hijos.

“-¿Cuánto aguantará Isabel como presidente del país? – se preguntaba Rafael aquella mañana mientras ojeaba un diario. Dio una vuelta más de página y quedó inmóvil, turbado. Estaba desayunando en la cocina, parado, y no pudo evitar que se le cayera la taza de café de las manos. Ese veintiocho de octubre de mil novecientos setenta y cuatro los diarios informaban que habían asesinado a Jordán Bruno Genta el día anterior; el conocido maestro del nacionalismo argentino, que había sido, además, su maestro.

Sus primeras sensaciones fueron de estupor y confusión.

-Nosotros no fuimos – concluyó casi instantáneamente – Seguro fue  el ERP.

Leyó la crónica de un tirón y casi sin detenerse. Tomó el teléfono, quería verificar por boca de otros compañeros de la organización que el crimen no era obra de ellos. Los consultados no sabían nada del asunto, lo que en alguna medida lo tranquilizó. Salió al patio, se sentó en un banco y encendió un cigarrillo. Su cabeza daba vueltas.

Genta no merecía esa muerte, pensaba. El estudiante de odontología ya se había alejado doctrinariamente del sexagenario profesor, pero siempre tuvo un juicio altísimo de su coherencia de vida. Genta llevaba una vida modesta, pero dignísima. Vivía de sus cátedras privadas, sus ingresos monetarios siempre fueron exiguos, porque él lo había querido así. Había formado a miles de jóvenes de su generación y a gente mayor también. Siempre había predicado el camino de la virtud, del amor a la patria y de la disposición para el servicio y el sacrificio. Pero lo que más le había llamado la atención fue su vida de católico práctico. Él predicaba con el ejemplo. Rafael no estaba de acuerdo con la concepción del cristianismo que Genta tenía, a la que juzgaba  prehistórica, pero valoraba su incondicional vínculo entre el pensar y el obrar. Era un enemigo frontal y decidido del marxismo, en cualquiera de sus variantes. Pero también lo era de los liberales, con la misma decisión y lucidez. Estaba enfrentado a Perón, a quien veía como un demagogo y a quien le espetó personalmente las consecuencias de su accionar público. Perón no quiso saber nada más con él.

Genta siempre había hecho referencia al martirio como máximo testimonio de la Verdad.

No lo pensó más y, como forma de aquietar su conciencia, decidió asistir al entierro de su viejo maestro.

Se afeitó – no lo hacía desde hacía un par de meses – tomó sus anteojos negros, se abrigó con una campera de cuero y partió con su Citroen a Buenos Aires.

En el trayecto recordó su presencia en las clases formativas de Genta, siempre concurridísimas, mucha gente de pie, expectante, esperando escuchar a un auténtico erudito de palabra clara e ilustrada. Recordó también algunos nombres que, como él, fueron más de una vez a escuchar doctrina, a formarse a la casa del viejo maestro católico pero, como él también, terminarían en otra cosa: Dardo Cabo, Fernando Abal Medina, Rodolfo Galimberti y alguno más.

Llegó a la Chacarita. El gentío era inmenso. Vio algunas caras conocidas. No saludó a nadie y nadie lo saludó a él. Le llamó la atención que no había llantos histéricos ni desgarradores. Se vivía entre la muchedumbre una tristeza serena. No había señales de neurosis ni dramatismo. No se percibía odio, ni proclamas vengativas, ni amenazas vacuas.

A lo lejos creyó divisar a su antiguo jefe de Tacuara, el ahora sacerdote Alberto Ezcurra Uriburu y, cerca de él, a su amigo Lucas. También observó, porque son siempre identificables, muchos militares, algunos pocos con uniforme, más juventud de lo que él hubiera supuesto y, obviamente, muchísima gente mayor.

Escuchando las conversaciones de otros se enteró de algunos detalles que desconocía.

El día anterior, cuando el profesor de filosofía salía de su casa, como siempre, cerca de las nueve, para concurrir a misa, lo estaban esperando afuera. Un hombre joven bajó del vehículo y le disparó a quemarropa varias veces. Genta no tuvo ninguna posibilidad de escapar. Tampoco lo hubiera querido. Miró a la muerte y a su asesino de frente. Murió casi instantáneamente. Alcanzó a balbucear algunas jaculatorias a la Santísima Virgen y a Nuestro Señor Jesucristo y murió en paz. Para él, parafraseando a José Antonio, el mártir español asesinado por los rojos en España, la muerte era un acto más del servicio. Ese era el relato que Rafael había escuchado de boca de un desconocido en el cementerio.

Para nosotros – afirmaba uno de los concurrentes al entierro – ese pobre hombre que le disparó no entendía ni entenderá jamás que la Divina Providencia tenía previsto, desde la eternidad, esa muerte gloriosa para el profesor Genta. Por amor al Amor lo había matado el odio.

Alcanzó a escuchar a quien rezara un responso, pero con mucha dificultad. Sólo oyó con nitidez que Genta, la víspera de su muerte, en su última clase, había enseñado que para alcanzar la Vida Verdadera era necesario seguir el itinerario de Nuestro Señor Jesucristo.

Uno de los oradores que lo despidiera, expresó: “Genta tuvo la exacta muerte que coronó su vida: la gloria y el dolor del martirio. Para eso había vivido y había intentado hacer de su vida la imitación de Cristo”.

No fue el único caso de sangre católica conscientemente derramada”.

(Unos y otros, cap XVI: Tucumán, la guerra no declarada)

Un comentario sobre “Día del Maestro

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  1. También lo conocí a través de Guerra Contrarrevolucionaria, un libro que todos los jóvenes deberían leer, en especial en estos tiempos.
    Dios lo tenga en su gloria.

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