Tumultus ad murum

Todas las mañanas, con una taza de café y el primer cigarrillo del día, en silencio, entro a informarme de lo que hay de nuevo. ¿Hay algo más placentero que eso?

La deriva es siempre la misma, antes que las noticias mundanas veo Infocatólica, Infovaticana y La Cigüeña de la Torre, en ese orden, sin faltar un día a esa rutina.

Primero las noticias acerca de la Iglesia y, después, lo que pueda  ser interesante de algún blog.

Hoy encuentro en La Cigüeña la recomendación de un escrito del Padre Morado sobre Simón Weil, a quien tengo vista de lejos, sin haber profundizado nada sobre ella.

Y me quedo pensando en lo de “Cristo era un vagabundo”, como dice ella.

“Cristo es un vagabundo”, se me ocurre.

Y pienso en la mujer con la piel ajada, desdentada, que apenas habla y que, invariablemente, cada dos o tres días, toca la campana en la puerta y pide “algo”. Imposible acertar en la edad que tiene, porque viene acompañada de uno o dos chiquitos que uno no sabe si son sus hijos o sus nietos.

Y, como le dice mi mujer a mis hijos, es “Jesús” que toca la campana de la casa, con los chiquitos asomándose por debajo del portón.

“Tumultus ad murum” dice alguno de los hijos y sale a atender a los visitantes.

Y recibe, la mujer, algo. Siempre recibe algo. Y vuelve. Y vuelve. Y vuelve.

Y cada vez que se va, pienso, si no podíamos haberle dado algo más.

Entonces relaciono lo de Simon Weil con la mujer desdentada.

Cristo es un vagabundo que viene a nuestros corazones mendigando un poco de amor, “algo de amor”. Y como es, como la desdentada, insaciable, vuelve, vuelve y vuelve. A tocar nuestros corazones.

Como somos tibiecitos, algo le damos. Y se va, posiblemente decepcionado, porque sabe que tenemos mucho más para darle. Y no lo hacemos.

Y nosotros, yo, quedamos conformes porque alguna cosa dimos, de lo que sobraba. No nos acordamos, casi nunca, de aquella frase de la santa de Calcuta, la Madre Teresa, “dar, dar hasta que duela”.

Y Cristo vuelve, puerta por puerta, con una paciencia y una humildad infinitas, a tocar nuestros corazones. A veces viene como la mujer de los chiquitos, otras como quienes piden ropa usada o que hacen colectas, casa por casa, para juntar plata para alguna necesidad de salud o cualquier otro motivo.

Y lo recibimos no sin un dejo de fastidio. Porque viene a perturbar nuestra tranquilidad, nuestra placidez, nuestra molicie.

También me viene a la memoria aquella frase de Jesús a Judas, cuando la Magdalena le enjugaba los pies con perfume de nardos, “a los pobres siempre los tendrán entre ustedes”.

Siempre, entonces, tendremos oportunidad de ver a Jesús en los necesitados. Y no solo los necesitados de ropa, alimentos o dinero. También aquellos necesitados de afecto, de tiempo o de alegría. Y también, y posiblemente sean la mayoría, los necesitados de Dios, los necesitados de Esperanza, así, con mayúsculas, aunque puedan vivir en la opulencia.

Pero hay una diferencia entre el Vagabundo y la desdentada. La mujer viene y se conforma con poco, por más chica que sea la limosna. En cambio,  Él viene por todo. Nos quiere enteros, sin guardarnos nada.

Hasta que, cuando de nuevo haya “tumultus ad murum”, sea Él quien reciba a la desdentada.

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