La Traición

En la Misa crismal del Jueves Santo en que se conmemora, entre otras cosas, la institución del sacerdocio, uno no puede dejar de pensar en la dramática falta de sacerdotes y la drástica caída de vocaciones.

Y este Jueves Santo que pasó no pude dejar de recordar a aquel conocido, católico practicante, que se empeñó  en obstaculizar, desalentar e impedir que uno de sus hijos pudiera encarar los estudios en un seminario, conforme a la vocación que creía tener.

Porque, vaya paradoja, son muchos los católicos que se dicen “formados” que no demuestran ningún interés por cooperar en la concreción de la vocación religiosa que pudiera tener alguno de sus vástagos.  No les interesa y no la aprueban.

¿Exagero cuando digo “muchos”?

Veamos qué decía Pío XI, allá por 1935:

“Preciso es confesar, por desgracia, que con frecuencia, con demasiada frecuencia, los padres, aun los que se glorían de ser sinceramente cristianos y católicos, especialmente en las clases más altas y más cultas de la sociedad, parece que no aciertan a conformarse con la vocación sacerdotal o religiosa de sus hijos, y no tienen escrúpulo de combatir la divina vocación con toda suerte de argumentos, aun valiéndose de medios capaces de poner en peligro no sólo la vocación a un estado más perfecto, sino aun la conciencia misma y la salvación eterna de aquellas almas que, sin embargo, deberían serles tan queridas”. (Pío XI, Encíclica Ad Catholici Sacerdotii, Nro 65)

De hecho, alguien me comenta que un orate que escribe en un blog manifiesta que sus amigos católicos se encuentran “aterrorizados” ante la posibilidad de que uno de sus hijos pueda ser sacerdote o religiosa; y este orate aconseja que, dado que los jóvenes actuales son muy inmaduros, “primero” estudien una carrera universitaria y después, si persiste el llamado, lo consideren seriamente. Este sujeto hubiera preferido que Nuestro Señor Jesucristo al llamar a San Juan y a otros jóvenes para que lo siguieran les hubiera dicho: “ve, licénciate en marketing o turismo y luego fíjate si quieres seguirme”.

A este pretendido argumento de posponer la respuesta al llamado de Cristo se le opone aquel texto de San Lucas (9, 57-62) “A otro dijo “Sígueme”. El respondió: “déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Le respondió (Jesús): deja que los muertos entierren a los muertos. Tu vete a anunciar el reino de Dios”. Comenta el R. P. Fuentes, IVE, este párrafo: “Le está respondiendo (el joven) a Jesús: Señor, iré contigo luego que mis padres hayan fallecido. O sea: ”te seguiré, pero no ahora”. Y usa una palabra que jamás debemos emplear con Dios: “primero”. “Déjame primero…”. No puede ponerse nada antes que Dios. La respuesta de Cristo, “que los muertos entierren a sus muertos”, significa que los que viven en el mundo se encarguen de los que viven en el mundo. El que es llamado solo debe tener una ocupación y preocupación: las cosas de Dios. (Comentario al Evangelio de San Lucas, Ediciones Aphorontes, Pág, 183).

Esto no quiere decir que no exista un período de discernimiento para confirmar la presunta vocación, pero para eso existe algo que se llama noviciado y los siguientes años de seminario. Posponer la respuesta a este llamado para estudiar, “primero”, un estudio profano es algo realmente sin sentido.

¿Tienen estos padres idea cabal de lo que es el sacerdocio católico?

Es una pregunta que vale la pena hacerse.

¿Creen estos padres que les asiste el derecho a negar a Dios a sus hijos para el más eminente servicio al que un hombre, o mujer en caso de las monjas, puede aspirar?

¿Por qué mi hijo, no?

¿Qué dice el Catecismo de la Iglesia católica?

El catecismo de la Iglesia Católica hace una fuerte advertencia a los padres de familia en cuanto a respetar la vocación de sus hijos y su deber de agradecer a Dios el haber llamado a alguno de sus hijos a su servicio. Nos dice que los vínculos familiares son importantes pero no absolutos. Los padres deben respetar ese llamado y favorecer la respuesta de sus hijos y seguirla. (Catecismo de la Iglesia Católica, Nro 2233)

¿Las familias católicas actuales, anhelan y preparan el terreno para tener hijos consagrados por entero a Dios? La Iglesia nos decía esto:

“Pero el jardín primero y más natural donde deben germinar y abrirse como espontáneamente las flores del santuario, será siempre la familia verdadera y profundamente cristiana. La mayor parte de los obispos y sacerdotes santos, cuyas alabanzas pregona la Iglesia, han debido el principio de su vocación y santidad a los ejemplos y lecciones de un padre lleno de fe y virtud varonil, de una madre casta y piadosa, de una familia en la que reinaba soberano, junto con la pureza de costumbres, el amor de Dios y del prójimo”. (Pío XI, Encíclica Ad Catholici Sacerdotii, Nro 64)

Pero también, se me ocurre a mí, existe el concepto de “reciprocidad”. Salvando las infinitas distancias, se me ocurre pensar que Dios, ser infinito, que no necesita de nada ni de nadie para ser infinitamente feliz, entregó a su Hijo unigénito por nosotros. ¿Se entiende esto? Dios entregó a su único Hijo a la humillación, a la pasión y a la muerte por nosotros, sin tener ninguna obligación para hacerlo, lo hizo con total liberalidad.

Ahora, nosotros, que somos nada comparados con El, creemos que podemos decirle que no a quien entregó a su propio Hijo por nosotros.

¿Se entiende la comparación? El Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, sí; pero “mi hijo, no”, no se lo entrego a Dios.

Pero, además es una falacia la base del argumento al creer que tenemos ese derecho sobre nuestros hijos, Nuestros hijos nos han sido dados por Dios para su crianza y educación apuntando a la vida eterna, para que lleguen al cielo, que no es otra la misión que tenemos como padres, no para que dispongamos respecto a un llamado que Dios ha pensado para ellos desde antes de todos los siglos. Desde antes del comienzo de los tiempos, Dios ha pensado en la vocación sacerdotal o religiosa para sus elegidos.

La cita evangélica de que “muchos son los llamados y pocos los elegidos”, sabemos todos que se refiere a que Dios da la vocación sacerdotal o religiosa a muchos y que son pocos los que responden a ese llamado. Estos padres, negadores de la vocación de sus hijos, contribuyen a que los elegidos sean cada vez menos.

¿Quiénes somos nosotros para querer torcer esos designios o planes de Dios?

¿Qué nos dice San Juan Pablo II sobre este tema?

“Efectivamente, la familia que está abierta a los valores transcendentes, que sirve a los hermanos en la alegría, que cumple con generosa fidelidad sus obligaciones y es consciente de su cotidiana participación en el misterio de la cruz gloriosa de Cristo, se convierte en el primero y mejor seminario de vocaciones a la vida consagrada al Reino de Dios”. (Encíclica Familiaris consortio, San Juan Pablo II, Nro 53)

Al respecto conviene leer a Royo Marín, OP. Dice el eminente dominico respecto a las inspiraciones del Espíritu Santo: “Nunca se insistirá bastante en la excepcional importancia y absoluta necesidad de la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo para avanzar en el camino de la perfección cristiana….Preciso es responder a esa gracia y cooperar generosamente a ella. Es ésta una verdad elemental que, practicada sin desfallecimiento, nos levantaría hasta la santidad. Pero hay más todavía. En la economía ordinaria y normal de la gracia, la providencia de Dios tiene subordinadas las gracias posteriores que ha de conceder a un alma al buen uso de las anteriores…Si no oponemos resistencia a la gracia suficiente, se nos brinda la gracia actual eficaz, y con su ayuda vamos progresando, con paso seguro, por el camino de la salvación. La gracia suficiente hace que no tengamos excusa delante de Dios, y la eficaz impide que nos gloriemos en nosotros mismos; con su auxilio vamos adelante humildemente y con generosidad». Y añade: ”En realidad—escribe conforme a esto el P. Plus —, la historia de nuestra vida, ¿no se resumirá muchas veces en la historia de nuestras perpetuas infidelidades? Dios tiene sobre nosotros planes magníficos, pero le obligamos a modificarlos de continuo. Tal gracia que se disponía a concedemos la ha de suspender porque nos hemos descuidado en merecerla. Y así la corrección se añade a la corrección. ¿Qué queda del primitivo proyecto? Dios vive en sí mismo, de antemano, eternamente, aquello que nos quiere hacer vivir en el tiempo. La idea que tiene de nosotros, su eterna voluntad sobre nosotros, constituye nuestra historia ideal: el gran poema posible de nuestra vida”.

Es decir, Dios ha pensado desde siempre el plan ideal para nuestra vida de santidad. Si somos infieles a la gracia, Dios deberá pasar a un plan B y así, sucesivamente, corrigiendo y corrigiendo sus planes; pero al final, si no somos fieles a sus designios eternos sobre nosotros, ¿qué queda del plan original?

Aunque parezca mentira, hay padres católicos que se oponen a los designios de Dios, a los planes de Dios, sobre sus hijos.

¿Qué arguyen?

Algunos, los más frívolos, no ven en esta vocación ningún relieve social. Un prurito superficial, vacuo, que no es nuevo: infinidad de santos de la antigüedad debieron luchar contra esta ligereza de sus progenitores. Esta mirada torpe y miope no advierte que no se puede comparar la eminencia de la vida consagrada con ningún pergamino genealógico o sanguíneo o de figuración.

Nos dice Pío XI al respecto:

“Este abuso lamentable (el de impedir a los hijos abrazar la vida religiosa), lo mismo que el introducido malamente en tiempos pasados de obligar a los hijos a tomar estado eclesiástico, aun sin vocación alguna ni disposición para él, no honra, por cierto, a las clases sociales más elevadas, que tan poco representadas están en nuestros días, hablando en general, en las filas del clero; porque, si bien es verdad que la disipación de la vida moderna, las seducciones que, sobre todo en las grandes ciudades, excitan prematuramente las pasiones de los jóvenes, y las escuelas, en muchos países tan poco propicias al desarrollo de semejantes vocaciones, son, en gran parte, causa y dolorosa explicación de la escasez de ellas en las familias pudientes y señoriales, no se puede negar que esto arguye una lastimosa disminución de la fe en ellas mismas”. (Pío XI, Encíclica Ad Catholici Sacerdotii, Nro 65)

Otros argumentan que no hay seminarios o casas de formación que aseguren que sus hijos no saldrán mal formados o corrompidos. Eso no es así. Si bien es cierto que la inmensa mayoría de los seminarios están totalmente desquiciados, todavía quedan algunos, muy pocos, que ofrecen  garantías. Y aunque así fuera, que no hay donde estudiar debidamente, ¿creen esta personas que, por ejemplo, en las naciones que existían detrás de la llamada Cortina de Hierro, la formación de los futuros sacerdotes era más fácil? ¿Creen que en los países comunistas estaba el camino allanado para que la Iglesia Católica formase a sus sacerdotes? Y sin embargo Dios hizo lo suyo y hoy vemos que cleros como el de Polonia, por poner un modelo, son ejemplo para el resto de la Iglesia.

Durante la Vigilia Pascual escuchamos la segunda lectura del Génesis, que relata el sacrificio que Dios le pide a Abraham que entraña nada menos que la muerte de su único hijo, Isaac.

Abraham no discute, no piensa en hacer algo “primero”, no cree que como padre tiene derechos ante Dios. Toma, sin chistar todo lo que necesita y, seguramente con el corazón partido por la tristeza, se dispone a hacer lo que Dios le ha pedido.

Ejemplo adecuadísimo para esos padres que le niegan a Dios el derecho a disponer de la vida de sus hijos a quienes llama para su exclusivo y santo servicio.

Pero el texto de Abraham nos deja una segunda enseñanza, sobre todo para quienes sostienen la falacia de que no hay buenos seminarios o posibilidades de una buena formación para los hijos que sienten que han sido llamados al sacerdocio o a la vida religiosa, y es el “Dios proveerá”. Si Dios pide algo, sabe el porqué, y es problema de Él,  el cómo. El pondrá los medios a nuestro alcance. A nosotros solo nos pide que usemos esos medios que, seguramente, serán suficientes. No busquemos excusas, imitemos a los santos de todas las épocas, leamos seriamente y aprovechemos lo que las Sagradas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia  nos enseñan, que no son letra muerta sino fuentes de agua viva, y alentemos e impulsemos las vocaciones religiosas que puedan suscitarse en nuestras familias y en las familias de nuestros amigos.

Releamos a aquellos papas santos a quienes consumía el celo por el servicio de la Iglesia:

“Me dirijo a vosotras, familias cristianas. Vosotros, padres, dad gracias al Señor si ha llamado a la vida consagrada a alguno de vuestros hijos. ¡Debe ser considerado un gran honor —como lo ha sido siempre— que el Señor se fije en una familia y elija a alguno de sus miembros para invitarlo a seguir el camino de los consejos evangélicos! Cultivad el deseo de ofrecer al Señor a alguno de vuestros hijos para el crecimiento del amor de Dios en el mundo. ¿Qué fruto de vuestro amor conyugal podríais tener más bello que éste? (San Juan Pablo II, Exhortación Vita Consecrata, Nro 107)

“Además como pide la responsabilidad de nuestro ministerio apostólico, exhortamos a los padres y madres de familia a ofrendar gustosos para el servicio divino aquellos de sus hijos que sientan esa vocación. Y si esto les resultare duro, triste y penoso, mediten atentamente las palabras con que San Ambrosio amonestaba a las madres de Milán: sé de muchos jóvenes que quieren ser vírgenes, y sus madres les prohíben aun venir a escucharme… Si vuestras hijas quisieran amar, a un hombre, podrían elegir a quien quisieran según las leyes. Y a quienes se les concede escoger a cualquier hombre, ¿no se les permite escoger a Dios? (Pio XII, Encíclica «SACRA VIRGINITAS»).

“Consideren los padres qué honor es para ellos tener un hijo sacerdote o una hija que ha consagrado su virginidad al Divino Esposo. Por lo que se refiere a las vírgenes, nos dice el mismo Obispo de Milán (San Ambrosio): Ya habéis oído, padres. . ., la virgen es un don de Dios, un regalo del padre, sacerdocio de la castidad. La virgen es una hostia ofrecida por la madre, hostia que se sacrifica diariamente y aplaca la ira divina (Pio XII, Encíclica «SACRA VIRGINITAS»).

Cien años antes de estas exhortaciones, un grupo de madres de un minúsculo y desconocido pueblo italiano, Lu Monferrato, caído de la geografía peninsular, se propuso  pedir a Dios que suscitara vocaciones religiosas entre sus hijos y se reunían para reza una simple oración: «¡Señor, haz que uno de mis hijos llegue a ser sacerdote! Yo misma quiero vivir como buena cristiana y quiero conducir a mis hijos hacia el bien para obtener la gracia de poder ofrecerte, Señor, un sacerdote santo. Amén».

Dios premió la oración confiada y perseverante de esas madres, a quienes enorgullecía dar un hijo a Dios, suscitando más de trescientas vocaciones en un poblado diminuto.

¿Rezan las madres católicas “formadas”, actualmente, para que Dios les regale vocaciones a la vida consagrada para sus hijos?

Para terminar, quizá parezca al amable lector que el título de este escrito es exagerado.

Veamos que dice el magisterio de la Iglesia a través del Papa Pío XI:

“En verdad, si se mirasen las cosas a la luz de la fe, ¿qué dignidad más alta podrían los padres cristianos desear para sus hijos, qué empleo más noble que aquel que, como hemos dicho, es digno de la veneración de los ángeles y de los hombres? Una larga y dolorosa experiencia enseña, además, que una vocación traicionada (no se tenga por demasiado severa esta palabra) viene a ser fuente de lágrimas no sólo para los hijos, sino también para los desaconsejados padres. Y quiera Dios que tales lágrimas no sean tan tardías que se conviertan en lágrimas eternas.  (Pío XI, Encíclica Ad Catholici Sacerdotii, Nro 66)

2 comentarios sobre “La Traición

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  1. Muy buen artículo. Muchas gracias.

    Permítame, por favor, notar dos puntos.

    1. Esa frase de Mt 22, 14: «Multi enim sunt vocati, pauci vero electi», más bien parece referirse directamente a la predestinación. Así la entiende san Agustín, por ejemplo.

    2. En cuanto a eso de que Dios cambiaría de plan, a un plan «B»…: es un antropomorfismo nada feliz. Dios ni cambia ni puede cambiar. Y lo que ha determinado con Voluntad consecuente, no deja nunca de cumplirse, infaliblemente. La infidelidad a la gracia es permitida por Dios, queriendo permitirla, y ab aeterno ha querido permitir las infidelidades que de hecho se dan y se darán en el tiempo. «Consilium autem Domini in aeternum manet, cogitationes cordis eius in generatione et generationem» (Ps. 32, 11).

    In Domino.

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  2. En relación con lo anterior, dice santo Tomás de Aquino:

    «Para que nuestros adversarios sean vencidos juntamente con los maniqueos, decimos que el designio de Dios nunca se destruye, según aquello de Isaías: “Mi designio se sostendrá y toda voluntad mía se cumplirá” (46, 10). Y por este su inmutable designio, así como da a las cosas corruptibles un ser temporal y no la sempiternidad, así también da a algunos la justicia por cierto tiempo, pero no les concede el don de la perseverancia, como dice Agustín en el libro sobre la perseverancia [De dono perseverantiae]. Y así como se derrota a los maniqueos probándoles que las cosas corruptibles son creadas por un inmutable designio de Dios, para que sólo existan cierto tiempo, del mismo modo se derrota a nuestros adversarios probándoles que Dios, según su designio inmutable, da a algunos el propósito de entrar en religión, pero no les concede el don de perseverar en ella» (Contra doctrinam retrahentium a religione, cap. 10).

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