Decadencia

Hace ya algunos días, y como ocurre cada año, el blog de La Cigüeña de la Torre nos actualiza el estado numérico de las diversas congregaciones religiosas católicas; lo cual, desde hace varios años, espanta.

No es que solo han decaído en su formación doctrinal o en la calidad de su vida espiritual, sino que, como consecuencia de esa decadencia, los números de sus vocaciones han ido cuesta abajo estrepitosamente.

En algunos casos, como el de los jesuitas, por poner un ejemplo, su estado de putrefacción es tal, que algunos opinan que es mejor su desaparición, y si es más acelerada, mejor.

Son opiniones.

Coincidentemente, también en estos días, y en búsqueda de información de otros temas, cayó en mis manos, el primero de los cinco tomos de la Historia del General Martín Guemes, de Bernardo Frías. Para no hacer muy largo este escrito, solo quería ofrecer al amable lector, un párrafo que Frías pone en su obra, que viene a cuento del tema de las vocaciones. Dice Frías:

“En España, a principios el siglo XVII, era escándalo el número de congregaciones religiosas, calculándose sus individuos en unos 200.000, cosa contra lo cual se clamaba, y al efecto se pedía la limitación de las congregaciones religiosas, pues la cuestión tenía en sí dos males: la entrada de las mujeres en los claustros, apartándolas de sus deberes sociales, sobre todo cuando la población disminuía de manera alarmante en la península, y el gran número entre los hombres de manos muertas, retiradas así del cultivo de los campos y de los trabajos industriales, de los que gran necesidad se tenía, desfallecida ya la vida económica de la península, después de tantas guerras y conquistas por Europa”.

Y agrega el autor; “en 1647 se fijaban en 840 los monasterios o conventos de América, y ya en 1620 decía a Felipe III el virrey del Perú que los conventos de Lima ocupaban más terrenos que el ocupado por la población civil”.

Téngase en cuenta que la población española de aquella época se estima, actualmente, en unos ocho millones de personas. Con lo cual, con estas cifras crudas, la de esta estimación y la que aporta Frías, el 2,5 de la población española estaba en vida religiosa.

Hoy, España, según Wikipedia, tiene una población de 47.500.000 habitantes. Si aplicáramos los datos en relación a lo que aporta Frías, en la España actual debería haber casi un millón doscientas mil personas en vida religiosa. Desconozco las cifras actuales de los religiosos en España, pero creo que no deben llegar ni al cinco por ciento de esa proyección.

Podrá decirse que en el siglo XVII, como también lo reconoce Frías, había mucho amancebamiento, entrada a los monasterios de holgazanes y vivillos que querían una vida holgada y con poco sacrificio.  Nada distinto de lo mucho que hay hoy en la Iglesia.

Ahí tenemos muy patente la catástrofe de la vida religiosa, porque, además, estamos hablando de España, si no el principal, uno de los principales países con historia católica.

Los números que aporta La Cigüeña de la Torre son un fiel reflejo de la decadencia  de la vida religiosa, solo que en este último siglo la aceleración ha sido vertiginosa.

Pero hay un dato más que aporta la historia, como para que veamos cómo han perdido las congregaciones religiosas su semillero.

Tomemos como ejemplo el colegio de Monserrat, de Córdoba, el más antiguo del país y llamado originalmente Real Colegio Convictorio Nuestra Señora de Monserrat, fundado en 1687 por el sacerdote Ignacio Duarte y Quirós que cedió la dirección y la gestión del colegio a los jesuitas.

Durante el período jesuítico que va desde su fundación hasta la expulsión de los jesuitas del Virreinato del Río de la Plata en 1767, vale decir por poco más de setenta años, del total de alumnos que pasaron por esos claustros, el doce por ciento entró en vida religiosa; ya sea con los jesuitas, con otras congregaciones o con el clero secular. Es cierto que el Monserrat no era un colegio al alcance de todos, por eso su alumnado era bien restringido, pero el altísimo porcentaje de vocaciones religiosas se mantuvo por más de setenta años. Ni tampoco creamos que era un liceo de señoritas, con solo leer el régimen disciplinario que se aplicaba, de una dureza que hoy sería inconcebible, nos sacaríamos de la cabeza semejante idea.

Mientras tanto, las autoridades eclesiásticas actuales, de todos los niveles, siguen preguntándose del porqué los seminarios están vacíos y las congregaciones religiosas languideciendo. Hoy los jesuitas, para seguir con su ejemplo, no “pescan” una sola vocación en sus colegios. Lo mismo ocurre con los Hermanos de La Salle o los Maristas.

Para poner un ejemplo más: en mi caso, estuve doce años en un colegio de La Salle; en esos doce años y varios más posteriores, no salió ni una sola vocación religiosa, de ningún tipo.

Esos son los frutos del modernismo que campea en la Iglesia.

Si quienes tienen responsabilidades e interés en cuanto a descubrir, fomentar y desarrollar las vocaciones eclesiásticas, abandonaran las ideas que el mundo les sugiere y miraran cómo hacía la Iglesia para tener tantos sacerdotes y religiosas, antaño, las cosas cambiarían. Con seguridad.

No hay muchos secretos, los jóvenes siguen los ejemplos de santidad y de vida heroica cuando los advierten encarnados.

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