Ante la muerte

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Si hay algo desconcertante en estos momentos de pandemia, virus, con o sin corona, y demás yerbas, es la ausencia casi total de exhortaciones y reflexiones de los diversos jerarcas de la Iglesia respecto a la preparación para la muerte.

Si la pandemia es tan aterradora que todos estamos en peligro real de caer en sus garras, y pareciera que es así, es inexplicable que quienes tienen como principal misión el cuidar de la salud de nuestras almas, no nos adviertan de que lo que está en juego es nada menos que la eternidad.

El Padre Luis Coloma, SJ, en su inolvidable y archirrecomendable biografía novelada de Don Juan de Austria, Jeromín, nos relata, en el primer capítulo, la circunstancia en que el héroe de Lepanto, siendo todavía un púber y encontrándose temporalmente en un convento, observa por encima de una tapia el paso de la comitiva imperial, con estruendo de carruajes y jinetes, que traslada a su padre, Carlos V, a su retiro a la villa de Yuste.

¿A qué iba Carlos V a Yuste?

Iba al monasterio de los Jerónimos, esa congregación tan favorecida por Isabel la Católica, a prepararse para la muerte.

Con apenas cincuenta y siete años, con achaques propios de la edad y de la época pero sin dolencias graves que anunciaran una muerte inminente, el emperador decidió abdicar de todas sus posesiones y funciones y se retiró de toda actividad pública y privada que entorpeciera su alistamiento para el momento supremo de la vida humana que es el afrontar su fin.

Esa parte del libro, que leí hace más de cuarenta años, cuando apenas era un adolescente, la he recordado siempre.

No es parte del libro, pero también sabemos que Carlos V ordenó que fuera enterrado debajo del altar de la iglesia del monasterio, en forma transversal,  con la cabeza fuera del altar, para que su tumba, a la altura de la cabeza , fuera pisada cada vez que un sacerdote oficiara misa en señal de humillación de su persona ante Dios.

Es decir, el hombre más poderoso de su época abandonó todo su poder y sus posesiones para preparar su alma.

Hoy en día vemos a personas con muchísimo dinero, multimillonarios, magnates, de setenta, ochenta y noventa años planificando nuevos negocios como si la muerte no fuera a alcanzarlos. Algo inentendible.

Pero también es inentendible que la inmensa mayoría de los sacerdotes, casi todos los obispos o el mismo Papa prescindan de esta catequesis al pueblo cristiano.

¿Creen que, llegado el momento, para el común de las personas, será un trámite fácil el enfrentar la muerte?

¿Olvidan que cada vez que rezamos un Avemaría a la Madre de Dios le pedimos que “ruegue por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”?

Cuando rezamos el Santo Rosario, cuya práctica diaria la Iglesia recomienda, le pedimos a María Santísima cincuenta veces que pida por nosotros en el momento de la muerte. ¿No deducen de ello nuestros inteligentes pastores que se trata de algo extremadamente importante?

Desde que hemos sido chicos, con las primeras enseñanzas del catecismo aprendido en casa o en el colegio, cuando los colegios católicos eran católicos, nos enseñaron que en el momento de la muerte es cuando más se encarniza el demonio para arrancarle a Dios las almas para toda la eternidad.

Cuando San Luis María Grignion de Montfort ve que ha llegado su hora le espeta al demonio estas palabras: “en vano te esfuerzas, Satanás, para llevarme contigo; los Sagrados Corazones de Jesús y de María son mis escudos y contra ellos nada puedes”.

Hoy nos aconsejan nuestros pastores el acompañamiento de los enfermos que, dicho como lo dicen, se trataría más de un gesto sensible y de conmiseración, pero omiten que la mejor acción que podemos realizar por ellos es acercarle un sacerdote para que el enfermo, si muere, lo haga verdaderamente en paz.

¿Olvidan nuestros pastores que la Iglesia tiene un sacramento, la unción de los enfermos, para preparar a bien morir a sus hijos?

¿Por qué no hacen hincapié en ello, en estos momentos de tanta aflicción ante la inminencia de la muerte?

¿Tienen vergüenza de proclamar la doctrina cristiana?

¿No creen en ella?

¿Tienen miedo de espantar o de producir miedo?

Las viejas prácticas de la Iglesia remarcaban la conveniencia de que el moribundo sea rodeado por familiares o allegados para que lo acompañen, básicamente, luego de la confesión, a rezar el Credo y diversas oraciones que apelen a la misericordia divina. Oraciones que animarán al arrepentimiento y a implorar misericordia.

Aprovechemos estos momentos de prueba para prepararnos como Dios manda. En sus inapelables designios, Él nos otorga la gracia de tener tiempo para ello, gracia que no a todos les ha llegado.

Siempre seguirá vigente la vieja sentencia que dice que “el que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”.

*En momentos en que se preparaba este escrito, el portal Infovaticana publica un artículo de Carlos Esteban sobre el mismo tema, al que también remito.

3 comentarios sobre “Ante la muerte

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    1. Muy bueno , Antonio. Nuestros pastores priorizan «no contagiarse» y por eso no hay Misas ni Adoraciones . Lamentablemente , ellos no creen en la vida eterna.

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