
Cuánto lamento no haberme equivocado al vaticinar que a raíz de la negativa de la Iglesia a bendecir a los homosexuales íbamos a comenzar a ver actitudes y posturas, por parte de diferentes personalidades de la jerarquía eclesiástica, tendientes a minimizar y a pedir perdón al mundo. A ese mundo al que no se quiere disgustar.
En ese sentido, las noticias más calamitosas, por su contenido y por quien las protagonizó, están relacionadas con el Papa.
La primera es el mensaje que envió al Superior de la Congregación del Santísimo Redentor con motivo del 150° aniversario de la proclamación de San Alfonso María de Ligorio como Doctor de la Iglesia. El mensaje, casi en su totalidad, es un claro ejemplo de alguien que dice algo pero que da a entender otra cosa. Es tan sugerente y tácito su contenido que no se necesita mucho para inferir adónde apunta. Solo voy a citar dos párrafos, aunque todo el mensaje es del mismo tenor. “El Santo Doctor (San Alfonso), formado en una mentalidad moral rigorista, se convierte a la «benignidad» a través de la escucha de la realidad”, nos dice Francisco, y también que “la teología moral no puede reflexionar sólo sobre la formulación de principios, de normas, sino que necesita hacerse cargo propositivamente de la realidad que supera cualquier idea”.
¿Qué es la benignidad para Francisco, en especial para la relación entre homosexuales, que se opone al “rigorismo moral”? ¿Qué es para el Papa “hacerse cargo de la realidad que supera cualquier idea”? ¿Por qué Francisco habla y se expresa, vocalmente o por escrito, de manera tan equívoca, dudosa y confusa?
La segunda noticia tiene que ver con el nombramiento del activista homosexual Juan Cruz, declarado enemigo de la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones sexuales. Este sujeto ha sido designado miembro de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores.
¿Cuál es el mérito de este personaje para recibir este nombramiento? ¿El hecho de haber sido víctima de abusos de un cura degenerado lo califica para integrar esta comisión? Es como si a una persona que haya sido víctima de un robo o un asalto la postuláramos para formar parte de la Plana Mayor de la Policía.
Es evidente que este nombramiento, hecho por el Papa con singular velocidad, tiene como finalidad congraciarse con el ambiente sodomita.
Hay algo que, a mí particularmente, me ha llamado siempre la atención sobre Francisco, y es solo mi impresión: pareciera que al Papa no le repugnara el ambiente de la homosexualidad y la sodomía. No es que la Iglesia no deba intervenir para rescatar esas almas del mundo de podredumbre y vicio que frecuentan, pero es un mundo en el que hay que entrar tapándose la nariz o usando un barbijo, ya que está tan en uso ahora. Al Papa parece no repelerle este mundo nauseabundo; al contrario, parece encontrarse muy a gusto en él y no le conozco declaración o acción que invite a los homosexuales a convertirse y a abandonar su pecado.
También nos enteramos de que en el pasado mes de enero los cardenales Koch y Ladaria tuvieron la intención de convocar a los responsables del Episcopado alemán al Vaticano, para que dieran explicaciones sobre el Camino Sinodal que esta iglesia particular ha emprendido, en especial sobre temas relativos a sexualidad e intercomunión. Pero esta iniciativa tan sensata y necesaria fue vetada por el Papa.
¿Por qué Francisco impidió esta reunión aclaratoria y, seguramente, admonitoria por parte de los cardenales de la curia? Inexplicable.
Otro alto personaje de la Iglesia que ha manifestado su disidencia con la postura de la Iglesia sobre la bendición a las “parejas” homosexuales ha sido el cardenal austríaco Schonborn, quien, en su perverso sofisma, no ha dudado en mezclar a su propia madre y la bendición que le daría a su hijo, cualquiera fuera su condición. Una canallada que ha tenido respaldo en su sucesor, el arzobispo Franz Lackner.
Y como estos, podemos citar muchos ejemplos que no harían más que sobreabundar, cansar y amargar al amable lector.
La convulsión en la Iglesia se empieza a manifestar con mayor virulencia y aceleración, algo predecible desde hace bastante tiempo.
Y no es solamente el tema de los homosexuales el que está en el tapete; también está la arremetida de la progresía eclesiástica sobre la intercomunión o la administración de la Eucaristía a los protestantes. Ya no es este un tema que atañe solamente a los obispos alemanes, como lo prueba lo sucedido en Coira (Suiza) en la misa inaugural del nuevo obispo.
Y en medio de esta debacle surgen medidas inentendibles y arbitrarias como la supresión de las misas individuales en la Basílica de San Pedro, algo inexplicable e inexplicado, contra lo cual se han expresado cardenales como Zen, Burke, Muller y Sarah.
Finalmente, como dato curioso, en medio de este desastre que se vive en la Iglesia, Francisco se da tiempo para alertarnos que se acaba el tiempo para fortalecer los procesos de transformación necesarios para contrarrestar el fenómeno del cambio climático. En fin.
Estamos en tiempos de conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; probablemente la Semana Santa más convulsionada que haya vivido la Iglesia en las últimas décadas. La Nave de Pedro hace agua por todos lados y pareciera que el piloto se empeña en dirigirla hacia la escollera.
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