Bajada de pantalones

TUCHO-FERNANDEZ

 

Quien esté medianamente informado sobre los avatares que sufre la Iglesia en general  y la Iglesia en la Argentina en particular no desconoce quién es Víctor Manuel Fernández, el arzobispo de La Plata.

Este sujeto, experto en el arte de besar, agrega hoy una cucarda más a su repugnante palmarés.

Como se acerca el Encuentro Nacional de Mujeres, que se realiza anualmente, y se desarrollará en su jurisdicción, Fernández encuentra la ocasión propicia para agradar al mundo, una vez más.

Claro que el medio periodístico ideal para hacerlo fue el diario La Nación, una de las tantas cloacas que destila su odio masónico al catolicismo y que se ha alineado con el pontificado actual desde sus inicios.

Lo que debe quedar bien claro es que la finalidad del escrito del arzobispo es que él mismo quede bien ante el mundo. Que no lo vayan a confundir con Monseñor Aguer, a quien sucediera. Quiere que lo vean “amigo” de los reclamos femeninos, que lo vean racional, contemporizador y en “actitud de escucha”.

El escrito no tiene desperdicio. Con un lenguaje acorde a la progresía eclesial actual este arzobispo simula no conocer la finalidad de este “encuentro” que no ha sido otra, a lo largo de todos estos años, que el de imponer el aborto en nuestro país y con otros objetivos menores como para enmascarar la verdadera finalidad. Fernández simula el verdadero tenor de este aquelarre.

Por supuesto que, para congraciarse y mostrarse simpático y pasable con los enemigos de la Iglesia, enrostra a los católicos supuestos males y abusos que habríamos cometido a lo largo de la historia. Cuestión que vamos a sintetizar con una frase un poco brusca: una auténtica bajada de pantalones ante el enemigo. Situación, lo de la bajada de pantalones, que, no sé porqué, se me hace habitual cada vez que veo una foto de este purpurado.

También finge Fernández desconocer que las mujeres católicas que concurren a estos encuentros, a dar testimonio de la Verdad, se arriesgan a sufrir toda clase de vejámenes, golpizas, humillaciones, insultos, escupitajos y demás agresiones que recaen sobre ellas por el solo hecho de ser católicas. Esto, Fernández lo sabe, pero hace como que no. Todo lo soportan estas mujeres en aras de que la verdad no quede ausente y de convertir y atraer a mujeres poco formadas, cosa que es bastante frecuente.

“Sé que algunas que participarán no están a favor del aborto y prefieren representar a las que son forzadas a abortar por sus patrones o por sus novios”, dice Tucho. No, Fernández, la inmensa mayoría está envenenada por los medios de comunicación que son la caja de resonancia de la Revolución Anticristiana que tiene como prioridad imponer el aborto a escala global.

Miente Fernández cuando dice que la mayoría no son violentas. Está demostrado que sí lo son, en grados variables. Algunas llegan a vandalizar los templos católicos, otras pintan o agreden a transeúntes y otras participan, en la marcha de cierre, solo cantando consignas de odio. Las incautas son muy pocas.

Párrafo aparte merece su exhortación a que no concurran, los católicos, a defender los templos porque esa es función de las fuerzas de seguridad. Según el obispo, constituiría un “acto de provocación”. Y pide que nada pueda ser interpretado como una “resistencia cristiana”. Y sí, toda actitud viril, de resistencia, de oposición a estas hordas, para un sujeto como Fernández son actos de provocación.

Para ir terminando, porque esta cuestión da asco, dice el arzobispo “No pretendo con estas líneas conformar a nadie”. Le aseguro que ese objetivo lo cumplió acabadamente. Los enemigos de la Iglesia habrán comprobado que tienen delante de sí un arzobispo temeroso que trata de granjearse sus simpatías, y ahora, además de odiarlo lo despreciarán, y los católicos habremos confirmado que los fieles de La Plata están en manos de un pastor cobarde.

“De todos modos, quienes no hemos sabido asumir como propios los legítimos reclamos de las mujeres simplemente tendremos que abrir el oído”, dice el arzobispo. Yo le aconsejaría que mejor abra sus orejas a los reclamos que le hará Dios el día que tenga que rendir cuentas.

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