Hace nueve años, más precisamente el tres de setiembre de dos mil nueve, la necrópolis de la Chacarita se conmovía, si es que cabe la metáfora.
Es que ingresaba a esperar la Resurrección de los Muertos, en ese cementerio, uno de aquellos soldados que muy de cuando en cuando afloran en un ejército.
Es difícil que en la milicia alguien tenga el reconocimiento unánime de quienes lo conocieron y, más difícil todavía, que sea reconocido en todos los aspectos. Algunos son ponderados por su profesionalismo, otros por su carisma como jefes, otros por su sentido de la camaradería o por su abnegación, y así un cúmulo de virtudes que pueden adornar a un militar en mayor o menor grado. Pero que todas estas cualidades se den en una sola persona, en forma eminente, hablan, sin duda, de la personalidad de alguien excepcional.
El recuerdo del paso del Coronel Mohamed Alí Seineldín evoca a una de esas figuras que marcaron de forma indeleble a quienes lo conocimos y a quienes tuvieron el honor de servir a sus órdenes.
Seineldín, “el Turco”, fue un verdadero caballero cristiano.
Católico militante y devoto de la Santísima Virgen, siempre entendió que una de sus responsabilidades era formar a sus subordinados en la Verdad.
La operación del dos de abril de mil novecientos ochenta y dos, que permitió la recuperación transitoria de las Islas Malvinas, fue bautizada como “Operación Rosario” por pedido expreso de Seineldín en honor a la Virgen del Rosario. Esta sugerencia fue aceptada por el comandante del desembarco, el contralmirante Busser, quien quitó el original nombre de “Azul”.
Adoctrinó a sus subalternos en la Guerra Contrarrevolucionaria y facilitó la concurrencia a retiros ignacianos, algo totalmente inédito en la Guarnición Sarmiento, provincia de Chubut.
Se dedicó a instruir y preparar a su Regimiento para la guerra con métodos novedosos que dieron sus frutos en el combate contra las fuerzas inglesas, siendo su unidad la que más bajas ocasionó al enemigo.
Fue en la guerra de Malvinas donde se vieron los resultados de su acción como Jefe. Si el Regimiento de Infantería 25 tuvo héroes como el Teniente Roberto Estévez, el Subteniente Juan José Gómez Centurión o el Subteniente Roberto Reyes, todos condecorados con las más altas distinciones, por nombrar solamente a los más conocidos de un plantel de oficiales y suboficiales brillantes, no fue solo por las condiciones naturales de ellos, sino también por quien supo sacar de cada uno lo mejor en el momento supremo de la batalla.
Era proverbial su empeño por dar el ejemplo en todo lo que fuera sacrificio y predisposición para el servicio.
Vayan dos ejemplos como muestra.
A la hora de servir el rancho, en el terreno, había dispuesto que primero se sirvieran los soldados, luego los suboficiales y por último los oficiales; siendo él, el Jefe, quien raspaba la olla para servirse como el último de los comensales.
Para dar el ejemplo a los soldados recién incorporados dispuso que los oficiales y suboficiales cubrieran el servicio de imaginarias. Este es un servicio menor propio de la tropa que, normalmente, se cubre de noche. Seineldín, el Jefe, Teniente Coronel, se anotaba en el peor turno y cubría las consignas de ese servicio como si fuera un soldado raso.
En el trato personal también lucía de manera llamativa. No era solamente por la serenidad que transmitía, hasta en los peores momentos, ni que jamás tuviera una reacción destemplada o una palabra fuera de lugar, sino que hacía sentir a su contertulio como el más digno de los seres humanos.
Tuve trato con él en cuatro o cinco oportunidades, siendo la última en la despedida de los restos de otro patriota, el Coronel Juan Francisco Guevara.
Al Coronel Seineldín le cabe, en estricta justicia, aquello que escribiera el Padre Castellani para definir a un noble: “…Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben a cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe».
Recuerdo aquella tarde gris en la Chacarita, adonde concurrí con uno de los gloriosos veteranos del 25 de Infantería, un ex oficial de Seineldín.
Cientos de personas fueron a darle su adiós a quien fuera un verdadero ejemplo de hombre y de soldado. No había gritos histéricos ni expresiones desgarradoras. Había, si, ojos vidriosos de hombres cabales que, conducidos por su Jefe, habían enfrentado el peligro sin que los conmoviera el miedo.
El kirchnerato, expresión propia de la política argentina, le negó a Seineldín los honores militares que le correspondían como Coronel y como veterano de guerra.
El soldado que recibió fuego enemigo a mansalva, el que sufrió prisión por largos años impuesta por el régimen, no era despedido dignamente.
No nos importó mucho. El silencio cristiano que se vivía era mucho más atronador que cualquier clarín que hubiese tocado.
A último momento, el mayor Hugo Abete, digno discípulo de este Jefe, que lo siguiera en operaciones y en la prisión, ordenó “saludo uno”.
Todos los que estábamos allí, militares, mujeres, jóvenes, veteranos de guerra, hombres comunes, llevamos la mano derecha hacia la sien y saludamos al Coronel Seineldín, con la certeza de que el cordón de honor que las autoridades argentinas le habían negado, se lo estarían haciendo, en el cielo, los muertos en combate de su querido Regimiento de Infantería 25.
UN VERDADERO SOLDADO ARGENTINO Y CRISTIANO. A NO OLVIDARLO.
GRACIAS, MI CORONEL.
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Qué necesidad de héroes tiene nuestro país!!!!!! Y cuando existe uno, lo dejamos de lado. Que ejemplo para la juventud, sobre todo y que olvidado está. Gracias Antonio por recordarlo. Siempre presente!!!!!!
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