¿Con qué nos saldrá mañana?

Recuerdo que quienes vivimos el ataque del comunismo internacional contra la Argentina y otros países latinoamericanos -allá por los años setenta del siglo pasado-, al comenzar un nuevo día y tomar contacto con las noticias, básicamente por los diarios, antes de abrirlos nos preguntábamos qué nuevo crimen habrían cometido los terroristas contra la población en general y los militares en particular, y quiénes habrían sido las víctimas del día. Como la guerra desatada por el terrorismo era en gran parte en territorio urbano, los crímenes ya sea contra militares, empresarios, jueces o funcionarios, entre otros, llevaban normalmente daños colaterales sobre centenares de personas que circulaban por las calles o que estaban presentes, por los azares de la vida, en los lugares donde el hecho violento sucedía. Así se producían verdaderas masacres donde cualquier inocente perdía la vida o quedaba con secuelas físicas permanentes. Esta era una de las finalidades de aquellos asesinos: atemorizar y amedrentar a sus enemigos y a la población en general.

Pero el punto en particular en el que quiero hacer hincapié es en los momentos previos a conocer las noticias, que era en general de mucha ansiedad o angustia, porque fueron muchos los conocidos y amigos cercanos que sufrieron el accionar terrorista.  Esta ansiedad se producía, repito, a diario.

Salvando las distancias y la naturaleza de las noticias, algo similar en cuanto a la preocupación y ansiedad al interesarnos por las informaciones nos sucede cuando nos acercamos a las noticias del día referentes a la Iglesia y, en particular, las que tienen que ver con el Sumo Pontífice.

¿Qué habrá dicho o hecho hoy el Papa?, nos preguntamos a diario.

Hoy, por ejemplo, nos anoticiamos por Infovaticana que el Papa relativiza el cumplimiento de los mandamientos. Hace un par de días, en el mismo portal encontramos la noticia del comentario del Papa sobre la vida consagrada; también en estos días nos enteramos que en el Vaticano no se puede acceder a los comedores si no se está vacunado o que el Papa nos dice que vacunarse es un acto de amor y así, todos los días, un disgusto tras otro con las informaciones que recibimos desde el Vaticano y de su máximo responsable.

No recuerdo, y creo tener bastante buena memoria, que durante los pontificados de Benedicto XVI o de San Juan Pablo II hayamos vivido una situación similar. No era habitual que estos pontífices hablaran tanto o hicieran algo que pudiera dejarnos estupefactos, confusos o escandalizados. Nadie abría un diario o entraba a Internet dudando sobre la ortodoxia de lo que pudieran haber expresado estos pontífices.

Las medias palabras, las insinuaciones, las interpretaciones nuevas sobre las escrituras o sobre los hechos de Nuestro Señor Jesucristo, como por ejemplo la multiplicación de los panes y los peces, y así infinidad de casos, han ido tendiendo, a lo largo de los últimos ocho años un manto de duda, perplejidad y vacilación de muchísimos espíritus sencillos sobre la credibilidad e inmutabilidad de la doctrina católica. Gran parte de estas anormalidades se dan durante las alocuciones del Papa, en cualquier lugar que fuere, mezcladas con frases y pensamientos de sana doctrina, lo que impide que el conjunto de lo dicho pueda ser calificado como heterodoxo.

Pero no solamente los documentos o las alocuciones nos sorprenden, también las actitudes o las situaciones que se producen alrededor del Sumo Pontífice nos dejan muchas veces con la boca abierta; como por ejemplo, la falta de un mínimo de consideración a cuatro cardenales que, dirigiéndose con humildad y respeto al Papa para que aclarara lo que para muchísimos no estaba claro, ni siquiera tuvo la cortesía de contestar; o intervenir congregaciones por larguísimo tiempo, o recibir con bombos y platillos a cuestionables figuras o a enemigos declarados de la Iglesia. Toda esta infinidad de circunstancias se dan, si no a diario, con escasa diferencia de días. Sería interminable la lista de ejemplos. Interminable.

¿A qué obedece esta especie de vértigo por instalar en los creyentes nuevas interpretaciones, elucidaciones o definiciones que no hacen más que confundir, embrollar o enredar lo que antes estuvo siempre claro y definido?

Pareciera que hay una especie de frenesí por enfocar de manera distinta lo que siempre se vio en la Iglesia de una única forma.

No cabe juzgar intenciones, pero lo objetivo es que todo se ha ido deformando en casi un decenio y no parece que fuera por casualidad o por mera coincidencia, pareciera ser que todo está dirigido y coordinado en un mismo sentido y que estas deformaciones y cambios se están llevando a cabo de manera más que apurada. Lo vemos a diario.

La Iglesia está en llamas, a todos nos consta, y Francisco casi a diario sigue arrimando bidones de nafta. Y no parece pasarla mal, porque según ha dicho, él la pasa bomba.

Allá por la década de los setenta se podían mensurar los actos terroristas, contabilizando muertos, heridos o mutilados y los daños materiales y, de alguna manera, el efecto sicológico que producían.

Lo que está pasando en la Iglesia, que produce tanta angustia antes de abrir los diarios, no es mensurable en sus efectos, por lo menos no lo es matemáticamente, pero el daño profundísimo que produce en las almas puede tener consecuencias de duración eterna.

4 comentarios sobre “¿Con qué nos saldrá mañana?

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  1. Tal cual Antonio. Somos muchos los que al abrir los distintos portales tememos una nueva declaración confusa o «tóxica» como dicen ahora. La pandemia nos ha salvado de las conferencia de prensa en los aviones.

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  2. Exacto. Lúcido, mordaz y, a la vez, angustioso y veraz comentario sobre una realidad que nos duele a todos, especialmente a quienes no dejamos de ver en el Papa al sucesor de Pedro y Vicario de Cristo.
    Gracias, Antonio, por tus profundos análisis de una realidad que, además, nos tiene perplejos aunque, sabiendo los antecedentes que la conforman, no debería sorprendernos.

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