Recuerdo perfectamente el 24 de marzo de 1976. Yo era estudiante universitario y me había levantado a las cinco de la mañana a preparar un examen que rendía ese mismo día, lógica tradicional o lógica aristotélica. Hay materias en que los estudiantes universitarios pueden estar medianamente preparados o mal preparados y, si son hábiles, zafan. Le puede pasar esto incluso en materias como Metafísica, porque no son muchos los profesores de Metafísica que saben su materia y, con un poco de suerte, si a usted le toca, por ejemplo, la bolilla de metafísica existencialista, las posibilidades de versear al profesor se amplían. Pero había un dicho entre los estudiantes de filosofía: “con Aristóteles no se jode”. Lo que, traducido, significaba que para aprobar la filosofía aristotélica había que saber si o si. No había margen para guitarrear.
En esas cosas estaría pensando yo mientras me higienizaba aquel veinticuatro de marzo, o quizá en los juicios apodícticos, el principio de no contradicción o algún otro concepto del estagirita cuando encontré a mi padre, ya despierto y escuchando la radio.
“Los militares la voltearon a Isabel- me dijo- Van a terminar con los bolches y después no van a saber qué hacer con el gobierno”.
– ¿Son nacionalistas? – pregunté, refiriéndome a los comandantes.
– No, son liberales – me contestó.
La noticia no me resultó inesperada pero me sorprendió en alguna medida. La noche anterior habíamos salido a pintar o pegotear afiches, no recuerdo bien, sobre el muro de un colegio de curas tercermundistas, en compañía de dos camaradas nacionalistas y no vimos ningún movimiento inusual de efectivos militares.
Esa era la militancia que teníamos, en aquella época, los jóvenes nacionalistas que promediábamos los dieciocho años. Pintar paredes, pegar afiches, boicotear asambleas estudiantiles, siempre en minoría no tanto porque los izquierdistas fueran muchos más como porque los liberales nos dejaban siempre solos. Y más de una vez, ¿por qué no reconocerlo?, nos molieron a palos. Pero, en todo caso, era una militancia que adoptábamos con mucha alegría, ya desde la época del colegio secundario.
Isabel Martínez, viuda de Perón, era una pobre mujer a la que el gobierno le quedaba tan grande como me podría quedar a mí un traje de Baradel. Si es que Baradel tiene algún traje.
El cargo de presidente de la nación de “Isabel”, como se la conocía popularmente, fue un regalito póstumo que nos dejara su marido. La elección que hizo él mismo de su mujer como su compañera de fórmula presidencial fue incomprensible, solo explicable a partir de que se sintiera poco menos que inmortal. Perón era un hombre inteligente y creo que nunca se imaginó que su mujer quedaría en algún momento al frente del país.
El gobierno de Isabel fue un desaguisado tras otro, mientras la izquierda terrorista, los “inmundos bolches” como los había bautizado el asesinado secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, avanzaba sin piedad con sus planes y su accionar, asolando toda la geografía argentina con sus horrendos crímenes.
El desgobierno de la Nación fue tan patente que solo se esperaba que las Fuerzas Armadas le pusieran fecha al fin de un gobierno que ya nadie quería sostener.
Cuando esto sucediera, la caída de Isabel, solo quedarían en el escenario de la república dos grandes actores: las Fuerzas Armadas y el terrorismo en sus diversas facciones.
A fines de diciembre del año mil novecientos setenta y cinco, el Ejército Revolucionario del Pueblo, en otra de sus enloquecidas acciones, intentó tomar el Batallón de Arsenales de Monte Chingolo. El resultado fue una terrible carnicería en que el Ejército Argentino pulverizó la intentona. Pero ese hecho, según diversos estudiosos, fue el detonante para que las Fuerzas Armadas comenzaran los preparativos para desalojar a Isabel, la incompetente presidente de la Argentina, tres meses después.
Lo que siguió, después de la caída de la viuda de Perón, fue la prolongación de una guerra que el comunismo había desatado la década anterior contra la Argentina y de la que salieron con la nariz sangrando.
¿Que hubo excesos? ¿En qué guerra no los hubo?
El 24 de marzo de ese año, quienes vivimos ese día, lo recordamos como inevitable. Se ponía fin a un gobierno incompetente y se daba prioridad a la lucha contra el principal enemigo de la Patria, la peste marxista.
Dos o tres años después, la guerra estaba terminada. Se alejaba el peligro comunista pero, como mi padre me había dicho, Videla, Viola, Galtieri y Bignone (en ese orden) no supieron qué hacer con la Argentina.
Ese día, el veinticuatro de marzo, comenzó la etapa final en la que las Fuerzas Armadas argentinas se cubrieron de gloria al exterminar a un enemigo cruel y sanguinario, pero también significó, con el desarrollo posterior de los hechos, una frustración para la Argentina, porque era uno de esos momentos históricos en que se espera que, después de una epopeya, se cambie todo lo que dio lugar o permitió que se desarrollara el cáncer del terrorismo. Era la oportunidad para dar vuelta el sistema político partiodocrático. Darlo vuelta como una media.
Pero las sucesivas conducciones militares fracasaron, por ineptitud moral y de formación, y frustraron las esperanzas de gran parte de la población y de los cuadros medios y bajos de las respectivas fuerzas que esperaban de sus comandantes actitudes heroicas y con miras políticas que permitieran salir del sistema partidocrático putrefacto y envilecedor de la nación. Ningún militar, oficial o suboficial, combatió en el monte tucumano y en las diversas urbes para restaurar el sistema de partidos y toda la mugre que trae aparejado y que hoy mismo seguimos padeciendo.
Después vino Malvinas, Alfonsín, los juicios a las Juntas, la persecución a los combatientes, las millonarias “reparaciones” a los desaparecidos, el chiste de “los 30.000”, el nauseabundo kirchnerato y lo que todos sabemos. La catastrófica entrega del poder vino a empañar una de las glorias modernas de las Fuerzas Armadas argentinas, el haber derrotado, militarmente, a las hordas marxistas; gloria que pocos ejércitos del mundo han tenido.
Ese 24 de marzo tuvo también, para mí, una significación especial. Ese día me convencí de mi verdadera vocación de soldado, idea que venía madurando hacía un tiempito, por lo que a fin de ese año rendí mi ingreso al Colegio Militar. Después de la propuesta de matrimonio a mi mujer, creo que ha sido la decisión más feliz de mi vida. He pasado casi 40 años en el mejor ejército del mundo que, pese a las persecuciones y campañas, pese al paso de los Balza, los Bendini o los Milani, continúa presto para defender nuestra soberanía y nuestros intereses y, cómo no, orgulloso de haber aplastado “a los inmundos bolches”.
Finalmente, por si a alguien le interesa, creo que si hubiera rendido esa materia en la facultad ese día, me hubieran bochado, porque no había estudiado mucho.
Muy buen recuerdo Antonio. Nos hace bien recordar con objetividad los hechos de nuestra historia y a la vez hacer frente a la mentira oficial. Los que vivimos esos días no podemos olvidar aquella Argentina que nos dolía mucho y que ahora nos hacen creer que fue otra cosa. El triunfo de la ideología. Un pena, peroo hay que seguir la lucha. Gracias de nuevo.
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Excelente, ajustado y real relato de lo ocurrido por aquellos años Antonio. Y ahí estábamos esperándote al año siguiente en el Colegio Militar, para tener el privilegio de instruirte en el arte de las armas y de la vida militar con la firme convicción que ya, al igual que otros camaradas tuyos, eran una bella Esperanza para la Patria.Y sin dudas así fue mientras serviste en Nuestro querido Ejército y sigue siendo así ahora ya vestido de civil pero continuando la lucha difundiendo la Verdad desde las páginas de la Muralla Católica. Te estrecho en un fuerte y afectuoso abrazo de soldados de Dios y la Patria.
¡Viva cristo Rey! ¡Viva María Reina!
Hugo Reinaldo Abete
Ex Mayor E.A.
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Gracias, mi mayor por su saludo. Para quienes no lo conocen, al año siguiente de la caída del gobierno de Isabel, al ingresar al Colegio Militar, mi primer oficial instructor fue el Tte 1ro Hugo Abete, de quien aprendí la técnica militar correspondiente a mi grado y de quien recibí la formación espiritual y de carácter correspondiente a un cadete. Sus enseñanzas y sus consejos los vi años después encarnados, en concreto, en el ya Mayor Hugo Abete quien diera cabal ejemplo de conducta de soldado, junto al Coronel Seineldín. Un gran abrazo.
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