Hace unos cuantos años, cuando yo era un joven capitán de infantería y cursaba la Escuela Superior de Guerra, tuve como profesor de la materia Servicio de Estado Mayor a un brillante coronel de artillería. Este oficial superior, de inteligencia sobresaliente, con cabeza estratégica y de aquilatada formación militar, fue, sin dudas, de lo mejor que he escuchado en las aulas militares. No tenía formación humanística, lamentablemente, pero sobresalía, además, por su sentido común. La crisis de la modernidad, para él, era la “crisis de la obviedad”. Pero no es este el punto al que quiero referirme sobre lo que decía este hombre. El coronel de artillería opinaba que el Ejército Argentino tenía un gravísimo problema de selección de los mandos superiores ya que los mejores casi nunca alcanzaban el grado de General. Eso fue, para mí al menos, una constante en casi toda mi carrera. Hombres de categoría superior, en lo que a milicia se refiere, eran desplazados por sujetos mediocres que eran, sobre todo, hombres prácticos: amoldaban su personalidad y sus convicciones a los superiores de turno, alcanzando jerarquías y cargos impensables para su verdadera valía.
Algo similar, pensaba yo en estos días, sucede en la Iglesia Católica. Con frecuencia nos quedamos pasmados al anoticiarnos de que un cuatro de copas es elevado al rango de Obispo, Arzobispo o Cardenal. Estamos tan acobardados en ese sentido que, muchas veces también, nos quedamos tranquilos cuando el obispo nombrado para alguna diócesis no pasa de ser un bobo, porque al menos no se espera de él que cometa herejías, las fomente o las permita. Ya no esperamos ver como sucesores de los apóstoles a hombres de vida santa, nos conformamos con que no sean tan malos.
Y en esos menesteres estaba cuando leo la noticia, en el diario La Nación, sobre lo sucedido con el Arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo y el presidente argentino Alberto Fernández y su concubina.
Estamos hablando de un sacrilegio, permitido, consentido y como partícipe consciente del mismo por parte de un Arzobispo de la Santa Iglesia Católica, en el Vaticano mismo.
Por supuesto que Fernández y su compañera conocían que los dictados de la Iglesia le impedían cometer tal atrocidad, pero dudo de si realmente tienen conciencia de lo que es la Eucaristía. No obstante no es la situación de estos sujetos lo que me interesa recalcar; estoy yendo al responsable de esta locura que no es otro que Sánchez Sorondo.
Sánchez Sorondo sabía perfectamente de la situación “de pareja” de Fernández, que va por su tercer apareamiento. Y sabe también de la campaña pro aborto del actual presidente y de su intención de aprobarlo por ley en la Argentina. Todos lo sabemos. No puede argüir ignorancia y no creo que lo haga porque hace tiempo que este purpurado está en la senda de lo que en los cuarteles se denomina “complacer al superior”. Y no hablemos del pecado de escándalo y del ejemplo que va a cundir, sin lugar a dudas, para tantos fieles que ven cómo un Arzobispo le da la comunión a un notorio adúltero.
Hay un detalle que para quienes tenemos memoria no debe pasar desapercibido. Sobre el altar donde ofició la misa S. Sorondo, había una pequeña imagen del cura Carlos Mugica, célebre por haber sido uno de los iniciadores y formadores de un grupo de asesinos que luego se organizaron en el famoso grupo guerrillero Montoneros. Este sacerdote, Mugica, luego de sus andanzas con la guerrilla, aparentemente habría recapacitado y “estando de vuelta”, según dicen, es que fue asesinado por sus antiguos compañeros guerrilleros. Pero el detalle importante no está ahí. Mugica formaba parte en el año mil novecientos setenta y tres de la denominada “tendencia revolucionaria”, un eufemismo presentable que en realidad englobaba a toda la guerrilla marxista que existía en el peronismo. El caso es que ese año, de elecciones en la Argentina, y luego de que el peronismo hubiera arrasado en las urnas al resto de los partidos, se realizó la elección para senador de la Capital Federal en la que Marcelo Sánchez Sorondo, padre del Arzobispo, fue el candidato por el peronismo que se presentaba en un frente, y perdió esa elección a manos de Fernando de la Rúa, candidato de la Unión Cívica Radical. ¿Cómo era posible esto si a escasos dos meses atrás el peronismo había ganado con holgura? Los analistas más entendidos lo explicaron fácilmente, toda la “tendencia revolucionaria”, que ya tenía mucho peso en el peronismo había difundido la consigna y había trabajado para no votar a Sánchez Sorondo y hacerlo a favor de De la Rúa. ¿Por qué? Porque el candidato Sánchez Sorondo (padre) era considerado un católico nacionalista. Y Mugica fue parte de esa campaña anti Sánchez Sorondo.
Por otra parte, nadie le cree al actual Arzobispo ninguna devoción por Mugica. La imagen del malogrado cura sobre el altar fue parte de la puesta en escena, como lo fue su sermón con referencias a Perón y una serie de sandeces inconcebibles.
En resumen, Marcelo Sánchez Sorondo, hijo, es un hombre práctico. Ya no se acuerda del tomismo que alguna vez aprendiera y del cual se ufanaba, apostaría a que regaló o vendió los quince tomos de la Suma Teológica; hoy nos dice que le mejor lugar donde se aplica la Doctrina Social de la Iglesia es en China; ya no se acuerda del nacionalismo que con seguridad habrá mamado en su familia, hoy se reúne y convoca a la Academia Pontificia de Ciencias a todo el cardumen globalista, onusiano y abortista; ya no se acuerda de la “tendencia revolucionaria” y su accionar contra la candidatura de su padre, un nacionalista católico en sus orígenes.
Entregó todo.
Hasta hace unos días había entregado casi todo. Ahora entrega a Cristo, en la Eucaristía, a dos concubinos que pasan muy orondos a recibirlo, lo cual puede verse en imágenes que dan la vuelta al mundo. Ya no le queda nada por entregar.
Alguien debería decirle que todavía puede salvar su alma.
Yo también me sentí sorprendido por los mismos detalles que señala el autor de la nota pero de Marcelito nada me sorprende. No espero nada especial. Se amolda a los tiempos como cuando corría con pasión a los funcionarios menemistas en el Vaticano. Saludos al autor.
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Extraño como corrompe el poder y la alcahuetería. No le falta formación. ni información. pobre Iglesia by pobre Patria con esos hombres…
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