Un poco de historia

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Hace cuarenta y cinco años, un mediodía de setiembre de mil novecientos setenta y tres, la organización terrorista Montoneros asesinaba al líder de la CGT, José Ignacio Rucci.

Apenas cuarenta y ocho horas antes, Juan Perón había arrasado en las elecciones presidenciales siendo elegido con más del sesenta por ciento de los votos.

¿Qué sentido tenía el asesinato de Rucci? ¿Quién era Rucci?

Este dirigente gremial, de enorme capacidad de liderazgo y de conducción, era un aliado incondicional de Perón, con una lealtad a toda prueba, con un concepto nacionalista y cristiano de la vida pública y que había calificado a sus matadores, poco tiempo antes, de “inmundos bolches”.

El asesinato de Rucci perseguía dos objetivos fundamentales para los “Montos”, sacarse de encima a un enemigo temible y condicionar a Perón, para que supiera que ellos, los terroristas, debían ser tenidos en cuenta por el general en el futuro.

Tres años antes, con el asesinato del general Aramburu, Montoneros había aparecido en el escenario nacional y se había formado, de facto, una alianza entre el grupo criminal y el general Perón, que residía en España. El militar no había participado en la formación de este comando que se decía peronista, pero había aceptado de buen grado su aparición y había “encomiado” el asesinato de Aramburu (“encomio todo lo actuado” había dicho sobre este crimen). Se había formado una asociación en la que nunca se habían definido los términos.

Perón creyó que podría manejar a “los muchachos” y los “muchachos”, terroristas marxistas, creyeron que podrían condicionar e imponer su pensamiento al viejo líder político.

Lejos estaba el presidente electo de dejarse amedrentar por los Montoneros, pero, por si tenía alguna duda, la muerte de Rucci lo convenció de que “los muchachos” habían dejado de ser sus aliados.

Lo que siguió fue la aparición de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), un grupo paramilitar salido del peronismo “ortodoxo”, que se dedicó a barrer a Montoneros, causándole centenares de bajas.

Y entremedio, los argentinos. Una mini guerra civil que se desarrollaba en las ciudades, en las calles, entre la gente común.

Las Fuerzas Armadas todavía estaban a la expectativa. Eran un gran factor de poder que estaba al acecho para terminar con el azote comunista que se cernía sobre la nación. No era solo Montoneros quien amenazaba la existencia de la Argentina. Existía también el Ejército Revolucionario del Pueblo, otra organización marxista responsable de similares atrocidades, y grupos menores como las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que con su accionar diario habían llevado al país al borde de la anarquía.

Todos estos grupos armados, de variado pelaje izquierdista, respondían a la ola comunista que asaltó simultáneamente casi todos los países latinoamericanos y cuya central ideológica, de entrenamiento y operativa, se conducía desde la Cuba de Fidel Castro.

La Iglesia también sufría internamente. Con la aparición de varios centenares de curas tercermundistas apoyados por un puñado de obispos como Angelelli (cuya beatificación es incomprensible), Devoto o Ponce de León, se abría un período de caos y confusión que llevaron a la muerte a muchos jóvenes que habían sido adoctrinados por estos religiosos izquierdistas.

Poco menos de un año después de la muerte de Rucci, el general Perón, que ya era presidente en ejercicio, se dio el gusto de echar de la Plaza de Mayo a Montoneros, durante la enorme concentración con que se festejara el Día del Trabajo. Aquel primero de mayo de mil novecientos setenta y cuatro, Perón se dio uno de sus últimos grandes gustos, ya que dos meses después moría en la residencia de Olivos.

Lo que siguió fue el desgobierno de una mujer a la que el cargo que asumió la desbordaba por completo. Isabel Perón no tenía ni condiciones ni preparación para ejercer la presidencia de una nación y menos en las condiciones en que se encontraba la Argentina. Que esta pobre mujer asumiera la presidencia también fue responsabilidad de Perón, quien habrá creído que su mujer nunca asumiría esa responsabilidad.

La guerrilla subversiva incrementó aún más su accionar criminal hasta que se llegó al golpe de estado de marzo de mil novecientos setenta y seis, en que las Fuerzas Armadas se hicieron cargo de un país incendiado por las hordas comunistas. En poco más de dos años la nación fue pacificada a sangre y fuego.

Cuarenta años después, quienes sucedieron al humilde José Ignacio Rucci son ahora millonarios dirigentes sindicales. Las Fuerzas Armadas han dejado de ser un poder real y centenares de sus miembros se encuentran en prisiones del mismo estado al que defendieron del asalto de la guerrilla. Los antiguos militantes de las organizaciones terroristas son hoy prósperos burgueses y ejercieron el poder durante los últimos doce años para ejecutar su venganza sobre sus vencedores.

¿Y el marxismo leninismo?

Caído el muro de Berlín y habiendo implosionado el imperio soviético, la izquierda mutó en su accionar y en sus objetivos en la Argentina. Hoy en día incursiona en el aborto, la ideología de género, la eutanasia, la promoción de la homosexualidad; en síntesis, las peores lacras intelectuales, las formas morales más repugnantes.

Quienes salvaron a la Argentina hace cuarenta años de aquella siniestra amenaza cumplieron con su deber y aniquilaron a sus ejecutores.

Hoy, las amenazas son tanto o más funestas que aquellas. La guerra, con otras formas, continúa. El enemigo de la Argentina no se rinde.

Tampoco lo haremos los argentinos.

 

2 respuestas a “Un poco de historia

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  1. Hoy en día el marxismo ha dado un giro debido a la agudeza de Gramsci. Hoy se cuela en la sociedad, ya no llamando a las armas, sino vaciándola de altod ideales y fomentando la búsqueda de placeres carnales.

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  2. De acuerdo con la Pilarica. Sin disparar un tiro, los discípulos de Gramsci llevan adelante inteligentemente la nueva forma de guerra.

    Un sintético y lúcido análisis, Antonio.

    Los argentinos tendremos que actuar, pero con inteligencia. Claro que no es fácil

    Un abrazo

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