Fraternidad

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Pareciera que las calamidades que azotan a la Iglesia en la Argentina no tienen fin.

Hace unos días nos desayunamos con que el obispo de Lomas de Zamora, Monseñor Jorge Lugones, SJ, saludaba a un tal Martín Sarubbi y lo felicitaba porque la logia masónica, a la que pertenece el destinatario, cumplía un nuevo aniversario de su fundación.

Para el obispo, éste era un feliz acontecimiento que ameritaba este gesto de cortesía y de civilidad, que además conllevaba una exhortación a continuar trabajando por los ideales de la secta.

Como se ha llegado a un punto en que, actualmente, en la Iglesia Católica, muchas cosas se ponen en duda, traté de informarme sobre si había atenuado la Iglesia su juicio sobre esta secta, a la que Pío VIII definía como: «secta satánica que tiene por única ley la mentira y por su dios al demonio». Me bastó con encontrar la declaración del entonces  Cardenal Joseph Ratzinger, a la sazón prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, luego Papa Benedicto XVI, que el 26 de noviembre de 1983 realizó la siguiente aclaración: “el juicio negativo de la Iglesia sobre las asociaciones masónicas permanece sin embargo inalterado, porque sus principios siempre han sido considerados irreconciliables con la doctrina de la Iglesia, y la inscripción en estas asociaciones permanece prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenecen a las asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acceder a la santa comunión”.

Fui entonces a releer la encíclica Humanum Genus, del Papa León XIII, quien afirma que la masonería “está constituida contra todo derecho, humano y divino”.

Y el obispo Lugones festeja que la logia ya lleve 126 años de vida.

En el párrafo siguiente, el obispo, anima a los masones de Lomas de Zamora a “desarrollar vuestros ideales de amor, servicio a la humanidad y fraternidad universal”.

¿Qué nos dice León XIII en la encíclica citada?: “Sus dogmas fundamentales discrepan tanto y tan claramente de la razón, que no hay mayor depravación ideológica. Querer destruir la religión y la Iglesia, fundada y conservada perpetuamente por el mismo Dios, y resucitar, después de dieciocho siglos, la moral y la doctrina del paganismo, es necedad insigne e impiedad temeraria”.

Y por si el purpurado, supuesto que haya leído esta encíclica, todavía albergara alguna duda, más adelante, en el mismo documento, encontramos lo siguiente: “Porque de los certísimos indicios que antes hemos mencionado (sobre el accionar de la masonería), brota el último y principal de los intentos masónicos; a saber: la destrucción radical de todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo…”

Como mínimo, para ser benévolo, habría que suponer que Monseñor Lugones tiene un serio problema de comprensión de textos.

Dado el revuelo que se produjo, la Diócesis a cargo de Lugones ensayó una especie de disculpa, que se puede leer AQUÍ.

La aclaración, con un estilo babeante y pegajoso, sostiene que “…remitimos una nota con saludo y palabras de ánimo para contribuir al bien común”.

¿Qué entenderá el obispo por bien común?

No, Monseñor Lugones. Si lee la encíclica con alguien al lado para que lo ayude a comprenderla, entenderá que la masonería nunca contribuirá al bien común.

Y termina el escrito con un llamado a caminar juntos «hacia una iglesia más abierta y cercana a todos, una iglesia cercana y samaritana».

En fin, la náusea.

Pero, para desgracia de Monseñor Lugones, León XIII dice más todavía. Y referido a los pastores.

Refiriéndose al fracaso de algunas medidas que tomaron sus antecesores respecto a la masonería, afirma: “Porque sus providentes y paternales medidas no siempre, ni en todas partes, tuvieron el éxito deseado. Fracaso debido, unas veces, al fingimiento astuto de los afiliados a la masonería, y otras veces, a la inconsiderada ligereza de quienes tenían la grave obligación de velar con diligencia en este asunto”.

¿Qué tal? Un traje hecho a la medida del discípulo de San Ignacio.

Y tampoco termina ahí el Papa. A ver si el obispo de Lomas de Zamora por lo menos comprende este párrafo: “Pero como es propio de la autoridad de nuestro ministerio que Nos indiquemos algunos medios más adecuados para la labor referida, quede bien claro que lo primero que debéis procurar es arrancar a los masones su máscara, para que sea conocido de todos su verdadero rostro; y que los pueblos aprendan por medio de vuestros sermones y pastorales, escritas con este fin, las arteras maniobras de esas sociedades en el halago y en la seducción, la maldad de sus teorías y la inmoralidad de su acción”.

¿Entiende, Monseñor?

No se trata de tener la vecindad en paz. Se trata de echar a los malos vecinos de ella. Usted tiene que desenmascarar a los masones y advertir a su feligresía de lo tenebroso de su accionar.

Volviendo al entonces Cardenal Ratzinger, en la misma declaración, sostiene: “Las autoridades eclesiásticas locales no tienen competencia para pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas mediante juicio que implique derogación de lo aquí afirmado”.

Convendría que Monseñor Lugones leyera alguna buena historia sobre la Revolución Francesa, o de la guerra civil española o una biografía de Gabriel García Moreno y enseguida se le van a pasar las ganas de confraternizar.

Se lo garantizo.

carta obispo

 

3 respuestas a “Fraternidad

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  1. Excelente el juicio y comentario. Lamentable la actitud del obispo. Incomprensible e indigna la excusa.
    Malos pastores, como aquellos que tan bien describe San Agustín en su «Sermón sobre los Pastores» (sermón 46) transcripto, precisamente, en el Oficio de lecturas de estos días.

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  2. Excelente Antonio. Incluso y por las dudas, ya en la bula In Eminenti, Clemente XII en 1738 condenaba las sociedades secretas de francmasones, por el hecho de que en las mismas, se encuentra el germen de todos los errores que convertirían a estos, en los más perseverantes adversarios de la Fe y la moral cristiana.

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