Mirad que soy yo

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Recorrer hoy Tierra Santa, el lugar donde el Amor Infinito se hizo insignificancia, como nosotros, por nuestra salvación, es recorrer tierra de odio y de venganza. Dondequiera que usted transite podrá palpar la violencia contenida y el ánimo de desquite. Árabes y judíos, apenas si pueden simular la tirria secular que mantienen viva.

En medio de ellos, de unos y otros, sobrevive el cristianismo. Cada vez en menor proporción, cada vez más reducido en número y en importancia.

Tierra Santa no está solamente constituida por grandes áreas desérticas sino que es, ella misma, un lugar cada vez más deshabitado por los cristianos, que constituyen menos del cinco por ciento de la población.

Pero en esas latitudes bíblicas hay pequeños oasis de testimonio abnegado y riesgoso. Uno de ellos usted lo encontrará a seis o siete minutos, a pie, de la Basílica de la Natividad.

Al arribar al Hogar Niño Dios de Belén, en el frente del edificio, se ve una imagen del Niño Jesús y la leyenda: “Mirad que soy yo”, que nos advierte que los internos que allí viven no son otros que el Niño Dios, mirado con ojos sobrenaturales, como debe ser todo mirado para el cristiano.

Y sí, usted entra y, entre los treinta y pico de internos, ve al Niño Jesús contrahecho, lo ve con parálisis cerebral, con síndrome de down o al Buen Niño con un evidente retraso madurativo.

Y entre todos esos Buenos Niños encontrará, a su servicio, a cinco Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará que con su dedicación y cariño maternal han transformado un orfanato en un hogar.

Hogar en el que a la Madre superiora se la llama “mamma”, así, con acentuación grave; donde habrá juegos y peleas, algún llanto y alguna que otra diablura o picardía. Habrá horarios y rezos, a pesar de que la mayoría de los internos no son cristianos. Y los dormitorios, sobre el respaldar de la cama, tendrán alguna imagen santa que probablemente la mayoría de los niños no advierta o no sepan bien lo que significa. Y en el resto de los cuartos o en el salón de juegos, se manifiesta el empeño y la ternura de las manos que los ornamentaron, o que los cuidan a diario.

Esas cinco hermanas arrancan el día muy temprano. Al alba, cuando se despierta, el Niño Jesús se ha hecho sus necesidades fisiológicas encima. Y habrá que bañarlos, a los treinta y pico de niños, lavarlos, cambiarles sus pañales o su ropa interior. Y ese Niño no tiene cincuenta centímetros de un recién nacido. En su mayoría son grandes o muy grandes de tamaño.

Uno, que está acostumbrado a ver los hospicios en nuestro país lo podría imaginar, a este Niño Jesús, mugriento y abandonado dentro del Hogar. Pero aquí no es así. Estos chicos salen pulcros, bien peinados a la cachetada, a desayunar. Y van a la escuela, que está en el mismo hogar. Y cada uno de esos niños tendrá una educación diferenciada; porque cada uno avanza según sus posibilidades. Cuando avanza.

Pero cada uno, en este Hogar, cada interno, tendrá su propio material de trabajo; algunos muy costosos, porque las Servidoras se ocupan de comunicarse con especialistas en Inglaterra o Estados Unidos que las van guiando y asesorando sobre qué terapia o ayuda didáctica conviene a cada educando. Y tendrán máquinas especiales, computadoras personales específicas, incluso una pileta climatizada con aparatos exclusivos.

Y todos los ambientes, que son muchos, sorprenden por el orden y la adecuada disposición de todo lo que contienen.

Así como cualquier madre de familia que tiene un hijo con alguna discapacidad se desvive por conseguir los mejores medios para que su hijo supere ese problema o por lo menos lo reduzca, así, estas hermanas se ocupan de que cada interno, cada uno, avance en superar su o sus problemas, aunque sea mínimamente.

También cuentan, las Servidoras, con la ayuda permanente de voluntarios, chicas y muchachos, de todas partes del mundo, que concurren por temporadas a ser parte de esta inmensa obra de caridad.

¿Y les queda a estas hermanas tiempo para su vida espiritual o su formación personal?

Cada día pasan una hora de adoración y una de formación personal, en la clausura.

Y tienen la misa diaria, devotamente escuchada y devotamente oficiada por su capellán, que también es parte principal de esta misión de amor.

Podríamos imaginarnos que toda esta estructura, y el funcionamiento de ella, está sostenida por un presupuesto detallado que, mecánicamente, recibe los aportes de la misma gente o instituciones. Pero no es así. Mes a mes, aparece la Providencia de distintas maneras y desde distintos lugares, siendo, quizá, Italia el país que más aportantes tiene a esta obra. Pero nada es fijo.

Pero no crea que esta situación afecta o preocupa a las Servidoras; ellas saben que el Niño Jesús les obtendrá lo necesario para su labor.

¿Qué lleva a estas muy jóvenes mujeres, argentinas en su mayoría, a sostener esta auténtica obra de caridad, en un lugar tan lejano, despreciadas por los nativos, con un idioma y una cultura tan disímiles de los suyos, donde todo es difícil?

Si no se comprende esto desde la perspectiva de la caridad sobrenatural, no tiene explicación.

Porque, además, lo único que sobra allí es alegría. Alegría sobrenatural.

Cuando visitamos el Hogar con mi familia, las hermanas preparaban un campamento; experiencia inédita para los chicos que tienen a cargo. Y realmente es así, muy difícil, porque son muy pocos los que podían estar en condiciones de valerse, mínimamente, por sí mismos. Pero se lo habían propuesto y querían que sus “hijos” pudieran disfrutar de algo tan distinto para ellos. El lugar elegido por el capellán era a la vera del mar de Tiberíades, donde Jesús hizo algunos milagros.

Ya volviendo, en el auto, recibimos algunas fotos del campamento.

Jesús, hecho Niño, había vuelto a la orilla del mar.

2 comentarios sobre “Mirad que soy yo

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  1. «Si no se comprende esto desde la perspectiva de la caridad sobrenatural, no tiene explicación.»
    » … una hora diaria de adoración»

    Sí, Antonio esa adoración diaria es la que da impulso a la vida cristiana

    Yo he conocido la caridad infinita de las Hermanas, aunque en otras latitudes.

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